El verano malagueño se vio alterado por un acontecimiento que congregó en las calles a decenas de miles de personas. El motivo no fue otro que la presencia de la Virgen de Fátima. La imagen llegó al puerto a bordo del cañonero 'Cánovas del Castillo'. Era el 15 de julio de 1948. El acto estuvo presidido por el obispo de la diócesis, Ángel Herrera Oria; el gobernador civil accidental, Baltasar Peña Hinojosa, y el alcalde accidental, Carlos Loring. Tras el desembarco, la Virgen de Fátima recorrió las calles, entre flores, el fervor popular y la suelta de palomas, camino de la Catedral, donde fue velada durante toda la noche.
Al día siguiente se ofició en el paseo del Parque una misa de impedidos a la que asistieron 2.000 enfermos. Varios de ellos tuvieron que ser asistidos por médicos, puesto que aseguraban que habían experimentado una gran mejoría gracias a la presencia de la Virgen. Según se recoge en la prensa de la época, el sacerdote José González Moreno, de 76 años, se curó de forma 'milagrosa' después de haber permanecido ocho años en una silla de ruedas a causa de una esclerosis múltiple. Testimonios de personas que vieron el hecho indicaron que el religioso se puso en pie y empezó a caminar cuando la imagen pasó junto a él durante una visita a la parroquia de San Juan.
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Recibimiento apoteósico.
La Virgen de Fátima llegó ayer a Málaga, entre el estruendo
marcial de las salvas del cañonero que la trajo, el saludo de las sirenas y el
clamor de la multitud. Fue un
recibimiento apoteósico digno de esta Virgen viajera, que lleva a las
multitudes el consuelo de su visita, constelada de un cortejo de lágrimas.
Málaga la ha recibido con el fervor mimo que otras poblaciones españolas.
Hemos visto la emoción reflejada en rostros rudos, atezado,
al contemplar la pequeña imagen, porque la fe ha removido los fondos más
escondidos de todo corazón y de toda conciencia. En estas horas miles de
enfermos dirigen sus miradas suplicantes a la madre Blanca: miles de cuerpos
lacerados por todas las dolencias y todos los martirios de la carne, aguardan
ser tocados de la divina gracia. Enfermos de aquí de la cuidad; enfermos de la
provincia es inacabables caravanas de dolor, pero guiados por una fe luminosa
esperan a postrarse delante de la Virgen de Fátima, por si Dios es servido de
hacer con ellos, por la intercesión de la Virgen, un milagro que alivie o cure
sus males. No sería el primero que hiciese en Málaga, donde ya hace años un
pequeño curó gracias al agua de Fátima.
Pero el gran milagro, el milagro que todos nosotros hemos
visto ayer, ha sido la de esa prodigiosa remoción de la fe de todo un pueblo,
que ha aguardado en el puerto y en las calles a la imagen, para hacerle ofrenda
de su entusiasmo y de su fervor. Milagro ha sido la vibración unánime,
compacta; las aclamaciones que lanzaban todas las gargantas, la emoción
reflejada en todos los semblantes y el rezo del gentío y el volar de las
palomas en la tarde malagueña y el voltear de los sonoros bronces… porque ha
sido un concierto armonioso sin ningún fallo; la expresión rotunda, clara,
enardecida, de todo un pueblo postrado a los pies de la Virgen de la Cova de
Iria, mensajera de la paz dulcificadora de males, pañuelo de lágrimas, diana de
súplicas, amparadora de peticiones y madre de afligidos. Málaga la ha recibido
en apoteosis y ya el primer milagro de fervor y enardecimiento está logrado por
la gracia de su dulzura.
(Noticia del periódico de la época)
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