Proclamar
que Jesucristo ha resucitado y ha vencido a la muerte es la gran proclamación
de la gran victoria de Dios sobre la injusticia y sobre la muerte. Esta
victoria nos muestra en toda su profundidad la realidad de la persona de
Jesucristo.
Él no es solo el gran héroe,
el inocente condenado injustamente, el ejemplo que asume todas las injusticias
y sufrimientos que hay en nuestro mundo, sino que es, por encima de todo, la
manifestación de Dios mismo al lado del perseguido, del explotado, del
torturado, del que sufre. En una palabra, la proximidad plena de Dios al lado
de la humanidad.
Por eso, en la resurrección
de Jesús, el cielo y la tierra se tocan: Dios se sumerge plenamente en nuestra
humanidad y nuestra humanidad penetra en el cielo.
El concilio de Calcedonia, en
el siglo V, lo expresó diciendo: “que
Jesús era plenamente hombre y plenamente Dios”. El Nuevo Testamento lo dice
con la expresión: “sentado a la derecha
de Dios”, que recoge la expresión del salmo 110 que la Iglesia reza cada domingo
por la tarde:
<
“Siéntate
a mi derecha,
y
haré de tus enemigos
estrado
de tus pies”>>.
(Sal 110,1).
Igualmente el libro de los
Hechos de los Apóstoles dice del primer mártir cristiano, san Estaban, que
antes de morir:
<>.
(Hch 7, 55-56).
De esta manera se comprueba
que la meta del camino de Jesús, su misión, no es conducir a sus discípulos a
un paraíso terrenal, a una tierra que mana leche y miel, o a un estado de
silencio interior, o a un camino sin fin, sino a la comunión plena con Dios.
La carta a los Hebreos lo
expresa mediante la imagen del gran sacerdote judío que entraba en el santuario
de Jerusalén una sola vez al año: Jesucristo con su muerte y resurrección:
“Pues bien, Cristo no entró en un santuario hecho por mano humana, en
una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo, para presentarse ahora
ante el acatamiento de Dios a favor nuestro”.
(Hbr 9,24)
Por tanto la expresión “a la derecha del Padre” es una imagen
que designa la gloria de Jesucristo como Hijo de Dios, en su intimidad con el
Padre.
Podemos levantar, por tanto,
nuestra mirada y fijar nuestros ojos en la meta hacia la cual caminamos. Podemos
avanzar confiados, porque la fe nos lleva donde Jesucristo “ha querido precedernos como cabeza nuestra”, como dice el prefacio
de la solemnidad de la
Ascensión.
Allí, a la derecha del Padre,
es donde se encuentra Jesucristo, que ora e intercede por nosotros. A su
oración nos unimos, cuando nos atrevemos a decir:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado
sea tu Nombre,
venga
a nosotros tu reino,
hágase
tu voluntad
en
la tierra como en el cielo.
Danos
hoy nuestro pan de cada día,
perdona
nuestras ofensas
como
también nosotros perdonamos
a
los que nos ofenden,
no
nos dejes caer en tentación
y
líbranos del mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario