Conviene que la difundáis y que la reflexionemos. Es la voz del Papa
Un abrazo
Paco Aranda
Homilía completa Queridos Hermanos y Hermanas
En el camino del Año de la Fe, me alegra celebrar esta Eucaristía dedicada
de manera especial a las Hermandades, una realidad tradicional en la Iglesia
que ha vivido en los últimos tiempos una renovación y un redescubrimiento. Os
saludo a todos con afecto, en especial a las Hermandades que han venido de
diversas partes del mundo. Gracias por vuestra presencia y vuestro testimonio.
Hemos escuchado en el Evangelio un pasaje de los sermones de despedida de
Jesús, que el evangelista Juan nos ha dejado en el contexto de la Última Cena.
Jesús confía a los Apóstoles sus últimas recomendaciones antes de dejarles,
como un testamento espiritual. El texto de hoy insiste en que la fe cristiana
está toda ella centrada en la relación con el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo. Quien ama al Señor Jesús, acoge en sí a Él y al Padre, y gracias al
Espíritu Santo acoge en su corazón y en su propia vida el Evangelio. Aquí se
indica el centro del que todo debe iniciar, y al que todo debe conducir: amar a
Dios, ser discípulos de Cristo viviendo el Evangelio.
Dirigiéndose a vosotros, Benedicto XVI ha usado esta palabra: «evangelicidad».
Queridas Hermandades, la piedad popular, de la que sois una manifestación
importante, es un tesoro que tiene la Iglesia, y que los obispos
latinoamericanos han definido de manera significativa como una espiritualidad,
una mística, que es un «espacio de encuentro con Jesucristo». Acudid siempre
a Cristo, fuente inagotable, reforzad vuestra fe, cuidando la formación
espiritual, la oración personal y comunitaria, la liturgia. A lo largo de
los siglos, las Hermandades han sido fragua de santidad de muchos que han
vivido con sencillez una relación intensa con el Señor. Caminad con decisión
hacia la santidad; no os conforméis con una vida cristiana mediocre, sino que
vuestra pertenencia sea un estímulo, ante todo para vosotros, para amar más a
Jesucristo.
También el pasaje de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado nos
habla de lo que es esencial. En la Iglesia naciente fue necesario
inmediatamente discernir lo que es esencial para ser cristianos, para seguir a
Cristo, y lo que no lo es. Los Apóstoles y los ancianos tuvieron una reunión
importante en Jerusalén, un primer «concilio» sobre este tema, a causa de los
problemas que habían surgido después de que el Evangelio hubiera sido predicado
a los gentiles, a los no judíos. Fue una ocasión providencial para comprender
mejor qué es lo esencial, es decir, creer en Jesucristo, muerto y resucitado
por nuestros pecados, y amarse unos a otros como Él nos ha amado. Pero notad
cómo las dificultades no se superaron fuera, sino dentro de la Iglesia. Y aquí
entra un segundo elemento que quisiera recordaros, como hizo Benedicto XVI: la
«eclesialidad».
La piedad popular es una senda que lleva a lo esencial si se vive
en la Iglesia, en comunión profunda con vuestros Pastores. Queridos hermanos y
hermanas, la Iglesia os quiere. Sed una presencia activa en la comunidad, como
células vivas, piedras vivas. Los obispos latinoamericanos han dicho que la
piedad popular, de la que sois una expresión es « una manera legítima de vivir
la fe, un modo de sentirse parte de la Iglesia» (Documento de Aparecida, 264).
Amad a la Iglesia. Dejaos guiar por ella. En las parroquias, en las diócesis,
sed un verdadero pulmón de fe y de vida cristiana. Veo en esta plaza una gran
variedad de colores y de signos. Así es la Iglesia: una gran riqueza y variedad
de expresiones en las que todo se reconduce a la unidad, al encuentro con
Cristo.
Quisiera añadir una tercera palabra que os debe caracterizar: «misionariedad».
Tenéis una misión específica e importante, que es mantener viva la relación
entre la fe y las culturas de los pueblos a los que pertenecéis, y lo hacéis a
través de la piedad popular. Cuando, por ejemplo, lleváis en procesión el
crucifijo con tanta veneración y tanto amor al Señor, no hacéis únicamente un
gesto externo; indicáis la centralidad del Misterio Pascual del Señor, de su
Pasión, Muerte y Resurrección, que nos ha redimido; e indicáis, primero a
vosotros mismos y también a la comunidad, que es necesario seguir a Cristo en
el camino concreto de la vida para que nos transforme.
Del mismo modo, cuando manifestáis la profunda devoción a la Virgen
María, señaláis al más alto logro de la existencia cristiana, a Aquella que por
su fe y su obediencia a la voluntad de Dios, así como por la meditación de las
palabras y las obras de Jesús, es la perfecta discípula del Señor (cf.
Lumen gentium, 53). Esta fe, que nace de la escucha de la Palabra de Dios,
vosotros la manifestáis en formas que incluyen los sentidos, los afectos, los
símbolos de las diferentes culturas... Y, haciéndolo así, ayudáis a
transmitirla a la gente, especialmente a los sencillos, a los que Jesús llama
en el Evangelio «los pequeños». En efecto, «el caminar juntos hacia los
santuarios y el participar en otras manifestaciones de la piedad popular,
también llevando a los hijos o invitando a otros, es en sí mismo un gesto
evangelizador» (Documento de Aparecida, 264). Sed también vosotros auténticos
evangelizadores. Que vuestras iniciativas sean «puentes», senderos para llevar
a Cristo, para caminar con Él. Y, con este espíritu, estad siempre atentos a la
caridad. Cada cristiano y cada comunidad es misionera en la medida en que lleva
y vive el Evangelio, y da testimonio del amor de Dios por todos, especialmente
por quien se encuentra en dificultad. Sed misioneros del amor y de la ternura
de Dios.
Autenticidad evangélica, eclesialidad, ardor misionero. Pidamos al Señor
que oriente siempre nuestra mente y nuestro corazón hacia Él, como piedras
vivas de la Iglesia, para que todas nuestras actividades, toda nuestra vida
cristiana, sea un testimonio luminoso de su misericordia y de su amor. Así
caminaremos hacia la meta de nuestra peregrinación terrena, hacia la Jerusalén
del cielo. Allí ya no hay ningún templo: Dios mismo y el Cordero son su templo;
y la luz del sol y la luna ceden su puesto a la gloria del Altísimo. Que así
sea.