3.- “POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO SE
ENCARNÓ DE MARÍA, LA VIRGEN ,
Y SE HIZO HOMBRE”.
¿Cómo expresar que Jesús, un
hombre como nosotros es Dios entre nosotros?. Dios se ha acercado a nosotros y
se ha hecho uno de nosotros, para que nosotros participemos de Él. Dios ha
bajado hacia nosotros, para hacernos subir hacia Él.
Las imágenes en nuestra mente
son siempre limitadas, pero quieren expresar la realidad profunda, que sólo la
experiencia puede palpar. La profesión de fe (Credo) del Concilio de Nicea lo
dice así:
“Que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo y
por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen , y se hizo hombre”.
Es la expresión de aquello
que dice el prólogo del Evangelio de Juan:
“La Palabra
se hizo carne, y acampó entre nosotros”.
(Jn 1,14).
De esta forma el Hijo de Dios
se ha hecho también el Hijo del hombre, modelo y plenitud de la vida humana,
para que nosotros seamos hijos de Dios. Esta nueva creación es nuestra
verdadera salvación. La luz de Dios nos ilumina.
Por esto el Evangelio de Juan
dice:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no
perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”.
(Jn 3,16).
Y su primera carta:
“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al
mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él”.
(1 Jn 4,9).
Esta es la experiencia
profunda de la realidad más llena de luz:
Dios nos ama, se nos manifiesta, nos une a Él y nos transforma en Él.
Esta es la plenitud del amor, transformar el amado en aquel mismo que ama. El
amor de Dios quiere transformarnos de tal forma que, habiendo experimentado su
amor sin límites, seamos nosotros capaces también de salir de nosotros mismos y
de amar a los demás, como Él nos ama.
Es el inicio de la nueva
creación, el Espíritu Santo ha iniciado una realidad nueva, que es la presencia
misma de Dios entre nosotros. Por esto, cuando los Evangelios hablan del origen
de Jesús no lo pueden situar simplemente en la dimensión humana.
Nosotros, los creyentes, los
hijos de Dios:
“No han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de
Dios”.
(Jn 1,13).
Pues mucho menos podemos
situar a Jesús humanamente, sino que es encarnado, se ha hecho hombre por obra
del Espíritu Santo, que es Amor,
nacido de María Virgen.
Así lo expresa en su
reflexión de fe el Evangelio de Lucas cuando pone en boca del ángel Gabriel estas
palabras dirigidas a María, cuando ésta le pregunta cómo puede ser un hijo suyo
Hijo del Altísimo:
“El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el santo que va a nacer, se llamará Hijo de Dios”.
(Lc 1,35).
La concepción de Jesús por
obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen, no es un lenguaje
metafórico, influenciado por las mitologías paganas, para expresar que es el
Hijo de Dios. Desde los primeros siglos del cristianismo ha habido burlas de
los no creyentes, que ha llegado hasta querer insinuar una concepción
pecaminosa hasta el día de hoy (Código…..Vinci….etc).
A finales del siglo I,
Ignacio de Antioquía escribe en sus cartas que la falta de fe “ignora la virginidad de María”, es
decir, la obra del Espíritu Santo.
El Evangelio de Mateo lo ve
como la gran señal anunciada por el profeta Isaías al rey Acaz, indicando que
Dios no ha abandonado a su pueblo:
“El Señor, por su cuenta, os dará una señal: Mirad: La virgen está
encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (que significa
Dios con nosotros)”.
(Is 7,14).
Rufino, escritor antiguo, nos
escribe:
“Quien
en el cielo es el Hijo único, también en la tierra hace único y de forma única”.
Por esto, hagamos nosotros
como los pastores, que en la noche de Navidad, vieron todo lo que les había
sido anunciado por los ángeles. Como los Magos de Oriente, que postrándose ante
el Niño, lo adoraron. De la misma forma que sabemos contemplar a Cristo
resucitado, así hemos de saber contemplar el misterio del nacimiento de Jesús,
la manifestación de Dios entre nosotros. Porque como dice la Carta a Tito:
“Ha aparecido la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor al hombre”.
(Tt 3,4).
Es lo que los ángeles
anunciaron a los pastores:
“Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”.
(Lc 2,11).