Toda
la vida de Jesús fue una entrega de amor a las personas que tenía a su
alrededor y a toda la humanidad, y a una continua común-unión con Dios Padre en
la oración y en la intimidad del corazón.
De la vida de Jesús lo que
sabemos de una forma bien segura es su muerte en la Cruz , en tiempos del
gobernador romano Poncio Pilato. Esto lo recogen no sólo los cuatro Evangelios,
sino también las profesiones de fe más conocidas.
No deja de ser importante
subrayar que la muerte de Jesús, crucificado, bajo Poncio Pilato, se encuentra
también documentada en el historiador judío Flavio Josefo, de finales del siglo
I y en el historiador romano Tácito, de principios del siglo II. Precisamente
el año 1.961 se encontró en Cesarea Marítima, ciudad de Palestina donde estuvo
situada la sede del gobernador romano en tiempos de Jesús una inscripción que
decía en latín: “Poncio Pilato, prefecto
de Judea”. Se sabe que Poncio Pilato fue gobernador de Judea desde el año
26 hasta el año 36.
La muerte de Jesús en la Cruz fue la consecuencia de
toda su vida. Si abrimos los Evangelios vemos a Jesús predicando la proximidad
del Reino de Dios, expresión del amor de Dios, que se acerca a la humanidad
para liberarla de la injusticia; de la falta de solidaridad y de la lejanía de
Dios. Por eso la gente se asombraba:
“Llegan a Cafarnaún. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso
a enseñar. Y quedaban asombrados de su doctrina porque les enseñaba como quien
tiene autoridad, y no como los escribas”.
(Mc 1, 21-22)
Encontramos también a Jesús
cerca de los marginados y de los enfermos. Los episodios que recogen los
Evangelios no son casos puntuales, sino todo lo contrario, imágenes de lo que
Jesús era. Cuando la Ley
mandaba que los leprosos viviesen en las afueras de las poblaciones y gritando,
para que ninguno se acercase a ellos, Jesús acoge a los leprosos, va a casa de
los publicanos y pecadores, defiende a la mujer condenada a muerte.
De tal forma que ante Jesús
hasta los ciegos ven, los sordos oyen y los muertos resucitan. Jesús indica así
su criterio de actuación:
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(Mt 20, 24-28)
Por esto cuando el Evangelio
de san Juan empieza la narración de la última cena de Jesús, hace este resumen
de su vida:
“Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora
de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo”.
(Jn 13, 1-2)
Así a los ojos del creyente,
la traición de Judas y de los otros discípulos, la detención de Jesús por parte
de las autoridades judías, su entrega a los soldados romanos, su acusación de
rebelión política, su condena a muerte, su sufrimiento y humillación en la Cruz y su muerte, no son
vistos simplemente como un arrebatarle la vida, sino como la plenitud de su
amor y de su entrega. Jesús mismo lo dijo:
“Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y
poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre”.
(Jn 10,18)
El libro del profeta Isaías y
el libro de los Salmos ayudaron a los discípulos y a las primeras comunidades a
entender el sentido de su muerte:
“Él soportó nuestros sufrimientos
y
aguantó nuestros dolores,
nosotros
lo estimamos leproso,
herido
de Dios y humillado”.
(Is
53,4).
“Mi siervo justificará a muchos,
porque
cargó con los crímenes de ellos”.
(Is 53,11).
Por esto no nos ha de
extrañar que san Pablo recoja esta profesión de fe tan antigua:
“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que
Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado”.
(1Cor 15,3)
Esta es la imagen que utiliza
Jesús en la última cena, cuando después de haber partido el pan dice a sus
discípulos:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros”.
(Lc 22,19)
Y lo mismo sobre la copa de
vino:
“Esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por todos”.
(Mc 14,24)
Jesús parte el pan y lo da a
sus discípulos. Su vida entregada por nosotros es fuente de vida. Por esto, la Eucaristía , la comunión
con el pan partido, es para el creyente fuente y cumbre de su vida de fe.