INTRODUCCIÓN.
Muchos de vosotros me habéis
pedido que explicara la fe de los cristianos, esta fe en la que hemos nacido y
nos movemos, al menos exteriormente. ¿Se trata de un sentimiento o de un
conocimiento?. ¿Tiene un contenido la fe?.
La primera imagen que me
viene a la mente es la de los seguidores enfervorizados de un equipo de futbol,
que, llenos de alegría y de entusiasmo, cantan el himno de su club, en el campo
de juego, en mitad del partido. Se sienten unidos en el canto, en el
sentimiento, en lo que significan los colores, en el compromiso por su equipo,
que los obliga a veces a grandes desplazamientos y que los llena de alegría
cuando ganan y de tristeza cuando pierden.
Con todo respeto, podemos
pasar de la dimensión más superficial, a la dimensión más profunda. Y
sobreponer otra imagen, la imagen de los creyentes reunidos en la Eucaristía del Domingo,
recitando todos juntos el Credo, la profesión de fe.
Lo sabemos de memoria, porque
así lo hemos recibido. Es nuestro signo, nuestro distintivo que nos hace
reconocernos cuando nos encontramos. Es nuestro compromiso, nuestro pacto con
Dios, realizado como expresión de nuestro Bautismo.
El Credo es el resumen de
nuestra fe, nuestro Símbolo, que contiene palabras breves, pero contienen todos
los misterios de Dios. Porque la fe no se puede aprender en los libros, ni se
puede conocer en la calle. Hemos de acercarnos a la comunidad cristiana para
respirarla, para escuchar de viva voz la palabra que es oración, la palabra que
es anuncio, la palabra que es presencia.
En la Eucaristía se
acostumbra a recitar la regla de fe que profesaron los dos primeros concilios
ecuménicos, el Concilio de Nicea, en el año 325, y el segundo concilio, el
Concilio de Constantinopla, en el año 380; este es el Credo que llamamos “Niceno-constantinopolitano”.
Más frecuentemente, se utiliza el llamado “Símbolo
de los Apóstoles”, que es el antiguo Credo bautismal de la comunidad de
Roma, en el siglo II. Los dos siguen las pautas de la fórmula del Bautismo, tal
como se refleja en las palabras finales de Jesús Resucitado a sus discípulos:
“Id
y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mt 28,19).
Se ha de recordar, que cuando
recitamos el Credo con fe, entramos en comunión con Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, y entramos también en comunión con toda la Iglesia que nos ha
transmitido toda la fe y en interior de la cual creemos.
Iremos desarrollando los
siguientes puntos, doce, según el Credo Niceno-constantinopolitano. Estos doce
puntos o apartados simbolizan según una antigua tradición la palabra de cada
uno de los doce Apóstoles, es decir, la fe apostólica.
Eugenio Gastey.
CREDO NICENO-CONSTANTINOPOLITANO
Creo
en un solo Dios, Padre todo poderoso,
Creador
de cielo y tierra,
de
todo lo visible y lo invisible.
Creo
en un solo Señor, Jesucristo,
Hijo
único de Dios,
nacido
del Padre antes de todos los siglos:
Dios
de Dios,
Luz
de Luz,
Dios
verdadero de Dios verdadero,
engendrado,
no creado,
de
la misma naturaleza que el Padre,
por
quien todo fue hecho;
que
por nosotros los hombres y por nuestra salvación
bajó
del cielo,
y
por obra del Espíritu Santo
se
encarnó de María, la Virgen ,
y
se hizo hombre;
y
por nuestra causa fue crucificado
en
tiempos de Poncio Pilato:
padeció
y fue sepultado,
y
resucitó al tercer día, según las Escrituras,
y
subió al cielo, y está sentado a la derecha del Padre;
y
de nuevo vendrá con gloria
para
juzgar a vivos y muertos,
y
su reino no tendrá fin.
Creo
en el Espíritu Santo,
Señor y dador de vida, que procede del
Padre y del Hijo,
que
con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y
gloria,
y que habló con los profetas.
Creo
en la Iglesia ,
que
es una, santa, católica y apostólica.
Confieso
que hay un solo Bautismo
para
el perdón de los pecados.
Espero
la resurrección de los muertos
y
la vida del mundo futuro.
Amén.
SÍMBOLO DE LOS APÓSTOLES.
Creo en Dios,
Padre todopoderoso,
Creador
del cielo y de la tierra.
Creo
en Jesucristo,
su
único Hijo, nuestro Señor,
que
fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació
de Santa María Virgen,
padeció
bajo el poder de Poncio Pilato,
fue
crucificado,
muerto
y sepultado,
descendió
a los infiernos,
al
tercer día resucitó de entre los muertos,
subió
a los cielos
y
está sentado ala derecha de Dios,
Padre
Todopoderoso.
Desde
allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.
Creo
en el Espíritu Santo,
la
santa Iglesia católica,
la
comunión de los santos,
el
perdón de los pecados,
la
resurrección de la carne
y
la vida eterna.
Amén.