4 SANTA MARÍA. POR. DON EUGENIO GASTEY SANTA MARÍA.


FORMACIÓN CRISTIANA POR. DON EUGENIO GASTEY
SANTA MARÍA
INDICE


1.- La Virgen María en los Evangelios.


1.1.- La Anunciación.

1.2.- La Visitación.

1.3.- El Magníficat.

1.4.- La profecía de Simeón.

1.5.- Las bodas de Caná.

1.6.- María al pie de la Cruz.

1.7.- María ora con los apóstoles. Pentecostés.

1.8.- María en el Apocalipsis.


2.- La Virgen María es la Madre de Dios.


3.- La Virgen María es Inmaculada.

4.- María fue siempre Virgen.

5.- La Virgen María fue Asunta al Cielo.

6.- Santa María es Madre de la Iglesia.

7.- Santa María es nuestra Madre.

8.- Santa María es Corredentora.

9.- Santa María es Mediadora.

10.- Santa María es Reina.

11.- San José.



1.1.- LA ANUNCIACIÓN.



“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?”. El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.” Dijo María : “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”. Y el ángel, dejándola, se fue”.

(Lc 1, 26-38).



La Anunciación a María y Encarnación del Verbo es el hecho más maravilloso, el misterio más entrañable de las relaciones de Dios con los hombres y el acontecimiento más trascendental de la Historia de la humanidad. ¡Que Dios se haga Hombre y para siempre!. ¡Hasta dónde ha llegado la bondad, la misericordia y el amor de Dios por nosotros!. Y, sin embargo, el día en que la Segunda Persona de la Trinidad asumió la naturaleza humana en las entrañas de María nada extraordinario sucedía, aparentemente, sobre la faz de la tierra.



“Y entrando le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (v. 28).



“Alégrate”. Es claro que se trata de una alegría totalmente singular por la noticia que le va a comunicar a continuación.



“Llena de gracia”. El ángel manifiesta la dignidad y honor de María con este saludo. Los Santos Padres de la Iglesia enseñan “que con este singular y solemne saludo, jamás oído, en la Sagrada Escritura, se manifestaba que la Madre de Dios era asiento de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del Espíritu Santo”. Estas palabras del ángel constituyen unos de los textos en que se revela el dogma de la Inmaculada Concepción de María.



Pablo VI, en su Encíclica “El Credo del Pueblo de Dios”, en el nº 14 nos dice: “Creemos que la Bienaventurada María, que permaneció siempre virgen, fue la Madre del Verbo encarnado, Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, y que ella, por su singular elección, en atención a los méritos de su Hijo redimida de modo mas sublime, fue preservada de toda mancha de culpa original y que supera ampliamente en don de gracia a todas las demás criaturas”.



“El Señor está contigo”. Estas palabras demuestran una estrecha relación entre Dios y María. San Agustín nos dice: “Más que contigo, El está en tu corazón, se forma en tu vientre, llena tu alma, está en tu seno”.



“Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba que significaría aquel saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios” (v. 29-30).



Se “conturbó” María, más que por la presencia del ángel, por la confusión y la sorpresa que producen en las personas humildes las alabanzas dirigidas a ellas. Por eso el Evangelio señala no que se conturbó de la presencia del ángel, sino “por estas palabras”.



La Anunciación es el momento en que María conoce con claridad la vocación a la que Dios la había destinado desde siempre. Cuando el ángel la tranquiliza y le dice “no temas, María”, le está ayudando a superar ese temor inicial que se presenta en toda vocación divina.



“Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien podrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin” (v. 31-33).



El ángel Gabriel comunica a María su maternidad divina, recordando las palabras de Isaías que anunciaban el nacimiento virginal del Mesías y que ahora se cumplen en Ella:



“Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” (Is 7,14).



Se revela que el Niño será “grande”: la grandeza le viene por su naturaleza divina, porque es Dios, y tras la Encarnación no deja de serlo, sino que asume la pequeñez de la humanidad. Se revela también, que Jesús será el “Rey de la dinastía de David”, enviado por Dios según las promesas de Salvación; que su Reino “no tendrá fin”: porque su humanidad permanecerá para siempre unida a su divinidad; que “será llamado Hijo del Altísimo”: indica ser realmente Hijo del Altísimo y ser reconocido públicamente como tal, es decir, el Niño será Hijo de Dios.



En el anuncio del ángel se evocan las antiguas profecías. María que conocía las Escrituras, entendió claramente que iba a ser la Madre de Dios.



“María respondió al ángel: “¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?” (v. 34).



La fe de María en las palabras del ángel fue absoluta; no duda. La pregunta de María, “¿cómo se hará esto?”, expresa su prontitud para cumplir la voluntad de Dios ante una situación que parece contradictoria: como siendo virgen iba a ser madre. Las palabras inmediatas del ángel declaran el misterio del designio divino y lo que parecía imposible, según las leyes de la naturaleza, se aplica por una singular intervención de Dios.



“El ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios” (v. 35).



La “sombra” es un símbolo de la presencia de Dios. Cuando Israel caminaba por el desierto, la gloria de Dios llenaba el Tabernáculo y una nube cubría el Arca de la Alianza. De modo semejante cuando Dios entregó a Moisés las tablas de la Ley, una nube cubría la montaña del Sinaí, y también en la Transfiguración de Jesús se oye la voz de Dios Padre en medio de una nube.



En el momento de la Encarnación el poder de Dios arropa con su sombra a María. Es la expresión de la acción omnipotente de Dios. El Espíritu de Dios, que según el relato del Génesis, se cernía sobre las aguas dando vida a las cosas, desciendo ahora sobre María. Y el fruto de su vientre será obra del Espíritu Santo. María, que fue concebida sin mancha de pecado, queda después de la Encarnación constituida nuevo Tabernáculo de Dios.



“Dijo María: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Y el ángel, dejándola, se fue” (v. 38).



Una vez conocido el designio divino, María se entrega a la voluntad de Dios con obediencia y sin reservas. Se da cuenta de la desproporción entre lo que va a ser, Madre de Dios, y lo que es, una mujer. Sin embargo, Dios lo quiere y nada es imposible para Él, y por esto nadie, es quien para poner dificultades al designio divino. De ahí que, juntándose en María la humildad y la obediencia, pronunciara el SI a la llamada de Dios con esa respuesta perfecta: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.



1.2.- LA VISITACIÓN.



. (Lc 1, 39- 45).



v. 39.- .



María al conocer por revelación del ángel la necesidad en que se hallaba su prima Isabel, próxima ya al parto y de avanzada edad, se apresura a prestarle ayuda, movida por el amor-caridad, no reparando en las dificultades del viaje. Aunque no sabemos el lugar exacto donde se hallaba Isabel, en todo caso el trayecto desde Nazaret hasta la montaña de Judea suponía en la antigüedad un viaje de cuatro días.



vs. 40-42.- .



María lleva consigo, en su seno, al Emmanuel, a Dios con nosotros y va llena de Espíritu Santo. María es portadora de Dios en las presencias del Hijo y del Espíritu Santo y por eso el niño (Juan) salta de gozo en el seno de Isabel y ella exclama alabando a María y al fruto de su seno (Jesús). El Espíritu Santo hace que se de la oración de alabanza.



En el rezo del Avemaría estas salutaciones de Isabel hace que nos alegremos con María de su dignidad de Madre de Dios y bendecimos al Señor y le damos gracias por habernos dado a Jesucristo por medio de María.



v. 43.- .



Al llamar Isabel, movida por el Espíritu Santo a María “Madre de mi Señor”, manifiesta y reconoce que María es la Madre de Dios.



v. 44.- .



Juan Bautista fue concebido como los demás hombres y mujeres, pero con intervención de Dios, “para Dios no hay nada imposible” le dijo el ángel a María. Recordemos que tanto Isabel como Zacarías eran ya mayores de edad y no habían podido tener hijos y que se tachaba a Isabel de estéril, por eso cuando el ángel anuncia a Zacarías que va a tener un hijo, se da en él la incredulidad y como fruto de ella el Señor le deja mudo hasta el momento de imponerle el nombre.



Al estar Isabel frente a María se produce la satisfacción de Juan y por eso salta de alegría en el seno de su madre, cumpliéndose la profecía del ángel:



.

(Lc 1,15).



v. 45.- <¡Feliz la que ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!>.



Isabel, movida por el Espíritu Santo, proclama feliz, es decir, bienaventurada a la Madre del Señor y alaba su fe. Hemos de reconocer todos nosotros que en la tierra no ha habido fe como la de María; en Ella tenemos el modelo de cuales han de ser nuestras actitudes o disposiciones ante nuestro Creador: acatamiento pleno a su palabra y abandono en Él.



Estas actitudes de María nos tiene que hacer pensar a nosotros y hemos de aprender de Ella en dos grandes rasgos: primero, el servicio a los demás, en este caso a su prima Isabel (también lo veremos en Caná); y segundo su abandono en las manos de Dios cumpliendo su voluntad. Muchas veces usamos a María pensando solo en nuestros problemas y situaciones, pero no se debe orar con María y tener, a la vez, egoístas problemas personales………











1.3.- EL MAGNÍFICAT.



En este cántico pueden distinguirse tres estrofas:



1ª.- 46-50:





se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

porque se ha fijado en su humilde esclava.



Pues mira, desde ahora me felicitarán todas las generaciones

porque el Poderoso ha hecho tanto por mí:

él es santo y su misericordia llega a sus fieles

generación tras generación>.



María glorifica a Dios por haberla hecho Madre del Salvador, hace ver el motivo por el cual la llamarán bienaventurada todas las generaciones y muestra cómo en el misterio de la Encarnación se manifiesta el poder, la santidad y la misericordia de Dios.



2ª.- 51-53:





desbarata los planes de los arrogantes,

derriba del trono a los poderosos

y exalta a los humildes,

a los hambrientos los coma de bienes

y a los ricos los despide de vacío>.



María nos enseña cómo en todo tiempo el Señor ha tenido predilección por los humildes, resistiendo a los soberbios y jactanciosos.



3ª.- 54-55:





acodándose de la misericordia,

como la había prometido a nuestros padres,

a favor de Abrahán y su descendencia, por siempre>.



María proclama que dios, según su promesa ha tenido siempre especial cuidado del pueblo escogido al que le va a dar el mayor título de gloria: la Encarnación de Jesucristo, judío según la carne (Rm 1,3).

46-47:





se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador>.



Los primeros frutos del Espíritu Santo son la paz y la alegría y María reúne en sí misma toda la gracia del Espíritu Santo. Los sentimientos del alma de María se desbordan en el cántico del Magníficat. El alma humilde ante los favores de Dios se siente movida al gozo y al agradecimiento. En María el beneficio divino sobrepasa toda gracia concedida a criatura alguna: “el que no cabe en los cielos, se ha hecho hombre, en su seno”. María, humilde de Nazaret va a ser Madre de Dios; jamás la omnipotencia del Creador se ha manifestado de un modo tan pleno y el corazón de Ella manifiesta su gratitud y su alegría.



48-50:





Pues mira, desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el poderoso ha hecho tanto por mí:

él es santo y su misericordia llega a sus fieles

generación tras generación>.



Dios premia la humildad de María con el reconocimiento por parte de todos los hombres de su grandeza: “me felicitarán todas las generaciones”. Esto se cumple cada vez que alguien pronuncia las palabras del Ave María. Este clamor de alabanza es ininterrumpido en toda la tierra. Y María también nos dice que no sólo Ella, que la misericordia del Señor llega a todos aquellos que temen a Dios y obran con justicia.



51-52:





desbarata los planes de los arrogantes,

derriba del trono a los poderosos

y exalta a los humildes>.



Los arrogantes, los soberbios de corazón son los que quieren aparecer como superiores a los demás, quienes desprecian a los demás. Y también alude a la condición de aquellos que con su arrogancia proyectan planes de ordenación de la sociedad y del mundo a espaldas y en contra de la Ley de Dios. Aunque pueda parecer que de momento tienen éxito, al final se cumplen las palabras del cántico de María, pues Dios los dispersa.

53:





y a los ricos los despide de vacío>



Esta providencia divina se ha manifestado multitud de veces a la largo de la Historia. Así, Dios alimentó con el maná al pueblo de Israel en su peregrinación por el desierto durante cuarenta años; igualmente a Elías por medio de un ángel; a Daniel en el foso de los leones; a la viuda de Serepta con el aceite y la harina que milagrosamente no se acababan. Así también colmó a María con la Encarnación del Verbo.



Dios había alimentado con su Ley y la predicación de los profetas al pueblo elegido, pero el resto de la humanidad sentía la necesidad de la palabra de Dios. Ahora, con la Encarnación, Dios satisface la indigencia de la humanidad entera. Serán los humildes quienes acogerán este ofrecimiento de Dios: los ricos, los autosuficientes, al no desear los bienes divinos, quedarán privados de ellos.



54:





acordándose de la misericordia>.



Dios condujo al pueblo isrealita como a un niño, como a su hijo a quien amaba tiernamente: “Yahvé, tu Dios, te ha llevado por todo el camino que habéis recorrido, como lleva un hombre a su hijo” (Dt 1,31). Esto lo hizo Dios muchas veces, valiéndose de Moisés, de Josué, de Samuel, de David, etc., y ahora conduce a su pueblo de manera definitiva enviando al Masías. El origen último de este proceder divino es la gran misericordia de Dios que se compadeció de la miseria de Israel y de todo el género humano.



55:





a favor de Abrahán y su descendencia, por siempre>.



La misericordia de Dios fue prometida desde antiguo a los Patriarcas. Así, a Adán, a Abrahán, a David, etc. La Encarnación de Cristo había sido preparada y decretada por Dios desde la eternidad para la salvación de la humanidad entera. Tal es el amor que Dios tiene a los hombres; el mismo Hijo de Dios encarnado, Jesucristo, lo declarará: “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16).




1.4.- LA PROFECÍA DE SIMEÓN.



1.4.1.- Presentación de Jesús en el Templo.



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Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón. Era un hombre justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo.



El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:>>

(Lc 2, 22-27).



Ver. 22:



“Cuando se cumplieron los días en que debían purificarse, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor”.



La purificación solo obligaba a la madre, a María. Tenemos que tener en cuenta lo que dice la Ley de Moisés, después de las menstruaciones y de haber dado a luz referente a las mujeres que tenían que hacer el rito de purificación (levítico 12).



Pero como acabamos de escuchar había que rescatar al hijo (Jesús). El evangelio de Lucas observa cuidadosamente que los padres de Jesús cumplieron todas las normas de la Ley. No era obligada la presentación del niño en el Templo, solo su rescate, pero podía hacerse y en esos momentos de la historia del pueblo de Israel se estimaba conveniente.



Lucas centra este relato, el primer acto cultual o litúrgico de Jesús en la Ciudad Santa, en Jerusalén y en su mismo corazón: el Templo. Jesús es presentado en sociedad en Jerusalén; y morirá allí también, a las afueras de la ciudad por ser un condenado a muerte.

Ver. 24:



“Para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor”



Las tórtolas o los pichones era la ofrenda de los pobres.



Ver 26:



“El Espíritu Santo le había revelado que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor”.



“El Cristo del Señor” es aquel que el Señor ha ungido, es decir, consagrado para una misión de salvación, como lo eran los reyes de Israel (David); y finalmente, de un modo especial, el Mesías que instaurará el reino de Dios.



Unción del Señor: Bautismo (Mt 3, 13-17) y Sinagoga (Lc 4, 14-22).





1.4.2.- Cántico de Simeón:



“Ahora, Señor, puedes, según tu palabra,

dejar que tu siervo se vaya en paz;

porque han visto mis ojos tu salvación,

la que has preparado a la vista de todos los pueblos,

luz para iluminar a las gentes

y gloria de tu pueblo Israel”.

(Lc 2, 29-32).



Imaginemos que hay un acontecimiento con mucha gente y hay una persona que no puede ver lo que pasa porque es bajito y estira su cuello todo lo que puede para ver. Pues esto es lo que pasa con Simeón que pertenece al Antiguo Testamento, es uno de los últimos profetas. Simeón (Antiguo Testamento) acoge en sus brazos al Niño (Nuevo Testamento), es decir, se juntan los dos testamentos en una escena íntima: el anciano y el niño.



En el Antiguo Testamento “ver la salvación” puede significar presenciar una acción salvadora de Dios o disfrutar de esa acción. En la figura de Simeón se juntan los dos sentidos: ver es tener al niño en brazos y ver es también disfrutar del Salvador. Porque la salvación es el Salvador: “porque han visto mis ojos tu salvación”.



Cumplido su destino, Simeón puede afrontar tranquilamente la muerte en una despedida serena. El Señor deja marcharse a su siervo: “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz”.



El Salvador era la esperanza de Israel, (el Mesías) pero también era una vaga esperanza para los paganos. Así en Is 42,4 vemos: “no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho”. (1º canto del Siervo de Yahvé).



Al llegar el Salvador, éste se revela como esplendor para todos: refleja su gloria sobre su pueblo, Israel, que lo esperaba, e irradia su luz sobre todas las naciones. En Is 49,6 lo vemos: “Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra” (2º canto del Siervo de Yahvé).



Moisés, anciano, muere sobre el monte contemplando la tierra prometida, sólo goza, se alegra con la vista y muere con melancolía. Simeón siente y contempla en sus brazos la salvación, la ve y la palpa y se goza y muere en paz en ese abrazo donde se funden el Antiguo Testamento con el Nuevo Testamento.





1.4.3.- Profecía de Simeón:



<>.

(Lc 2, 33-35).



Después de bendecirlos, Simeón, movido por el Espíritu Santo, profetiza sobre el futuro del Niño y de María. Hoy las palabras de Simeón se hacen claras para nosotros al cumplirse en la vida y muerte del Señor, en esos momentos José y María no sabía a que se refería, por eso es la profecía.



El Salvador, Jesús, que ha venido para la salvación de todos los hombres, será sin embargo signo de contradicción, porque algunos se obstinarán en rechazarlo y para éstos Jesús será su ruina. Para otros, en cambio, al aceptarlo con fe, Jesús será su salvación, librándolos del pecado y resucitándolos para la vida eterna.



Las palabras dirigidas a María anuncian que ella habría de estar íntimamente unida a la obra redentora de Jesús (punto que se vera: 8). La espada de la que habla Simeón expresa la participación de María en los sufrimientos de Jesús, será un dolor inenarrable que traspasará su alma (el maltrato a su Hijo y su pérdida). Tengamos en cuenta que Jesús sufrió la cruz para el perdón de nuestros pecados, pues también son nuestros pecados los que forjan la espada de dolor que atraviesa el corazón de María.































































1.5.- LA BODA DE CANÁ.



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Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: “Llenad las tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. “Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”. Tal comienzo de los signos de Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.>>.

(Jn 2, 1-12).



Las bodas tenían larga duración, se celebraban durante varios días. Mientras se celebraban los parientes y los amigos iban acudiendo a felicitar a los nuevos esposos, y en los banquetes podían participar también los transeúntes y forasteros. El vino era considerado elemento indispensable en las comidas y servía además para crear un buen ambiente festivo. Las mujeres intervenían en las tareas de la casa, María prestaría también su ayuda, por eso pudo darse cuenta de que iba a faltar el vino.



La ciudad de Caná estaba como a unos dieciséis kilómetros de Nazaret.



Ver. 2:



“Fue invitado también a la boda Jesús y sus discípulos”.



La presencia de Jesús en la boda es señal de que Él bendice el amor entre hombre y mujer, sellado con el matrimonio. Dios instituyó el matrimonio al principio de la Creación y Jesús lo confirmó y lo elevó a la dignidad de sacramento.



Gn 2,24.

Mt 19, 1-9.



Ver. 3:



<>.



En el cuarto Evangelio la madre de Jesús, (este es el título que le da Juan), aparece solamente dos veces. Una es en este pasaje de la boda y la otra en el Calvario. Con esto se viene a insinuar el cometido de María en la Redención.



Entre los dos acontecimientos, Caná y el Calvario, hay varias analogías. Se sitúan uno al comienzo y el otro al final de la vida pública, como queriendo indicar que toda la obra de Jesús está acompañada por la presencia de María.



El título de madre adquiere resonancias especiales: María actúa como verdadera madre de Jesús en esos dos momentos en los que Jesús manifiesta su divinidad. Al mismo tiempo, ambos episodios señalan la especial ayuda de María hacia los hombres: en la boda intercede cuando todavía no ha llegado la “hora”; en el Calvario, María ofrece la muerte redentora de su Hijo y acepta la misión que Jesús le confiere de ser Madre de todos los creyentes, representados en el discípulo amado, Juan.



En la vida pública de Jesús aparece su madre desde el principio en la boda de Caná, que movida por la misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías. Pero siempre está en un segundo plano, ella acoge la predicación de su Hijo anunciando el Reino de Dios y al estilo de las Bienaventuranzas. Pero durante este tiempo, María aparece de refilón en una escena en la que hay que entender, porque Jesús nos dice que hasta podemos ser madre de Él: Mt 12, 46-50.



Ver. 4:



<>.



“Mujer” es un título respetuoso, que venía a ser equivalente a “señora”, una manera de hablar en tono solemne. Este nombre lo volvería a emplear Jesús en la Cruz.



La frase “¿Qué tengo yo contigo, mujer?” corresponde a una manera de hablar en Oriente, que puede ser empleada en diversos matices. La respuesta de Jesús parece indicar que no pertenecía al plan divino que Jesús interviniera para poder resolver las dificultades en aquella boda, pero la petición de María le mueve a atender esa necesidad. También se puede pensar que en el plan divino estaba previsto que Jesús hiciera el milagro por intercesión de su madre.



En todo caso, ha sido voluntad de Dios, que el Evangelio nos dejara esta enseñanza capital: María es tan poderosa en su intercesión que Dios atenderá todas las peticiones por mediación de ella. Por eso con precisión teológica se llama a María “la gran intercesora”.



“Todavía no ha llegado mi hora”. En el Evangelio de Juan el término “hora” lo utiliza Jesucristo para designar el momento de su venida gloriosa, aunque generalmente se refiere al tiempo de su Pasión, Muerte y Resurrección.



Ver. 5:



<>.



María, como buena madre, conoce perfectamente el valor de la respuesta de su Hijo que para nosotros resulta ambigua (“¿Qué tengo yo contigo, mujer?”), y no duda que Jesús hará algo para resolver el apuro de los nuevos esposos. Por eso indica de modo directo a los sirvientes que hagan lo que Jesús les diga.



“Haced lo que él os diga” es el testamento de María. Ella ya no volverá a hablar más y podemos considerar estas palabras como una invitación permanente para cada uno de nosotros: Hacer lo que nos diga Jesús. Tenemos que recordar que Jesús todavía no había comenzado a predicar y es precisamente María la que nos apunta, nos invita a escuchar y a cumplir las enseñanzas de Jesús. Como buena madre nuestra quiere lo mejor para nosotros y nos da lo más preciado, a Jesús.



Ver. 6:



“Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una”.



Mas o menos, la medida correspondía a unos cuarenta litros, por lo tanto podemos calcular de 480 a 720 litros.



Ver. 7:



<>.



“Hasta arriba”. El Evangelio de Juan quiere subrayar la abundancia del don concedido por el milagro, como lo hará también cuando la multiplicación de los panes. Una de las señales de la llegada del Mesías era la abundancia y por eso el evangelista ve el cumplimiento de las antiguas profecías:



“El mismo Yahvé dará la felicidad y la tierra dará sus frutos” (Sal 84,13)



“Las eras se llenarán de buen trigo, los lagares rebosarán de mosto y de aceite puro” (Am 9,13).



Más adelante nos encontraremos que el Evangelio de Juan el mismo Jesús nos dirá:



“Yo vine para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).



Ver. 8-10:



<<”Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala”. Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirviente, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: “Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora”>>.



Jesús hace los milagros sin ninguna tacañería, a lo grande; por ejemplo, en la multiplicación de los panes y los peces, donde se sacian unos cinco mil hombres y todavía sobran doce canastos. En este milagro de Caná no convirtió el agua en cualquier vino, sino en uno de excelente calidad.



San Agustín comenta: “Que este vino bueno del final es el premio y el gozo de la vida eterna, que Dios concede a quienes, queriendo seguir a Cristo, han sufrido las amarguras y contrariedades de esta vida”.

Ver. 11-12:



“Tal comienzo de los signos hizo Jesús, en Caná de Galilea, y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajo a Cafarnaún con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días”.



Antes del milagro los discípulos ya creían que Jesús era el Mesías, pero todavía tenían un concepto excesivamente terreno de su misión salvífica. Ellos creían que Jesús les iba a librar de la tiranía del Imperio Romano. En este Evangelio atestigua que este milagro fue el comienzo de una nueva dimensión de su fe. El milagro de Caná constituye un paso decisivo en la formación de la fe de los discípulos.



Pablo VI, en su Exhortación Apostólica “Marialis cultus” nos dice: <>.





¿Por qué tendrá tanta eficacia la intercesión de María?. Los ruegos de María son oraciones de Madre y como Jesús ama inmensamente a su Madre no puede hacer otra cosa que ser atendida. (Cuentecillo).







































1.6.- MARÍA AL PIE DE LA CRUZ.



<>

(Jn 19, 25-29.).



La Iglesia desde siempre ha reconocido la dignidad de la mujer y su importante cometido en la Historia de la Salvación. Basta recordar el culto que desde los orígenes de la Iglesia, el pueblo cristiano ha tributado a la Madre de Cristo, la Mujer por antonomasia, y la criatura más excelsa que jamás ha salido de las manos de Dios.



El Concilio Vaticano II, en su Mensaje a la Humanidad, en el nº 9, dirigido a las mujeres, nos dice:



“Mujeres que sufrís, que os mantenéis firmes bajo la cruz a imagen de María; vosotras, que tan a menudo, en el curso de la historia, habéis dado a los hombres la fuerza para luchar hasta el fin, para dar testimonio hasta el martirio, ayudadnos una vez más a conservar la audacia de las grandes empresas, al mismo tiempo que la paciencia y el sentido de los comienzos humildes”.



Siguiendo con el Concilio, en la Constitución Lumen Gentium, nº 58, nos dice:



“La Santísima Virgen avanzó también en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado; y finalmente, fue dada por el mismo Cristo Jesús, agonizante en la Cruz, como madre al discípulo”.



Volvemos al texto del Evangelio. Los apóstoles, a excepción de Juan, abandonan a Jesús en esta hora de oprobio, y aquellas piadosas mujeres, que le habían seguido durante su vida pública, permanecen ahora junto al Maestro que muere en la Cruz. En el Evangelio de Lucas encontramos:

“Recorrió a continuación ciudades y pueblos proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes”.

(Lc 8, 1-3).



Las palabras de Jesús revelan los profundos sentimientos de Cristo en su agonía y dan una gran riqueza de significados para la fe y la espiritualidad cristiana. Jesús, el Mesías crucificado, al final de su vida terrena, dirigiéndose a su Madre y al discípulo a quien amaba, establece relaciones nuevas de amor entre María y los cristianos.



Las palabras de Jesús, confirmadas por la interpretación de muchos Padres pos-apostólicos y teólogos, van más allá de la necesidad de resolver un problema familiar (.). Esta doble entrega de Jesús de su Madre a Juan y de Juan a su Madre nos sitúa ante uno de los hechos más importantes para comprender el papel de la Virgen en la Historia de la Salvación.



Las palabras de Jesús agonizante, en realidad, revelan que su principal intención es no confiar su Madre a Juan, sino entregar el discípulo a María, asignando a Ella una nueva misión materna.



Y usa el apelativo “mujer” igual que en la Boda de Caná para llevar a María a una nueva dimensión de su misión de Madre.



La Muerte de Jesús, a pesar de causar el máximo sufrimiento en María, no cambia de por sí sus condiciones habituales de vida. Jesús al salir de Nazaret para comenzar su vida pública ya había dejado sola a su Madre. Además, la presencia al pie de la Cruz de su pariente María de Cleofás (Clopás) permite suponer que la Virgen mantenía buenas relaciones con su familia y sus parientes, entre los cuales podía haber encontrado acogida después de la muerte de su Hijo.



Las palabras de Jesús asumen un significado auténtico en el marco de su misión de salvación. Pronunciadas en el momento del sacrificio redentor adquieren un alto valor. El Evangelio después de hablar a su Madre y a Juan expresa: “Sabiendo Jesús que ya estaba todo cumplido”, como si quisiera subrayar que había culminado su sacrificio al encomendar su Madre a Juan, y en él, a todos los hombres, de los que Ella se convierte en Madre en la obra de la Salvación.

La realidad que producen las palabras de Jesús, es decir, la maternidad de María con respecto al discípulo, constituye un nuevo signo del gran amor que impulsó a Jesús a dar su vida por todos los hombres. En el Calvario ese amor se manifiesta al entregar una madre, la suya, que así se convierte también en Madre nuestra.



Es bueno recordar que según la tradición (.), la Virgen reconoció a Juan como hijo suyo; pero ese privilegio fue y es interpretado por el pueblo cristiano, ya desde el inicio de la Iglesia, como signo espiritual refiriéndose a la humanidad entera.



Esta maternidad entera, universal, de María, la “Mujer” de la Boda de Caná y del Calvario, recuerda a Eva: “madre de todos los vivientes”. Nos dice el Libro de Génesis:



<>.

(Gn, 3,20).



Eva contribuyó al ingreso el pecado en el mundo (.), la nueva Eva, María, coopera en el acontecimiento de la Redención. Así, en la Virgen, la figura de la “mujer” queda rehabilitada y la maternidad asume la tarea de difundir entre los hombres la vida nueva en Cristo.



Con miras a esta misión de Madre se le pide el sacrificio de aceptar la muerte de su Hijo. María vuelve a pronunciar su “sí” con la aceptación del sacrificio de Cristo cumpliendo nuevamente la voluntad de Dios.



En el designio de Dios, la maternidad de María estaba destinada desde el inicio a extenderse a toda la humanidad, pero sólo en el Calvario, en virtud del sacrificio de Cristo, se manifiesta en su dimensión universal.



Las palabras de Jesús “Ahí tienes a tu hijo”, realizan lo que expresan, constituyendo a María Madre de Juan y de todos los discípulos destinados a recibir el don de la gracia divina, el Espíritu Santo.



Ojala que cada uno de nosotros, precisamente por esta maternidad universal concreta de María, reconozcamos plenamente en Ella a la Madre de Cristo, a nuestra Madre, y sepamos encomendarnos con confianza a su amor materno.



1.7.- MARIA ORA CON LOS APÓSTOLES. PENTECOSTÉS.



“Después de subir Jesús al cielo, los apóstoles se volvieron a Jerusalén, desde el monte que llaman de los Olivos, que dista de Jerusalén lo que se permite caminar en sábado. Llegados a la casa subieron a la sala, donde se alojaban: Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago el de Alfeo, Simón el Celotes y Judas el de Santiago. Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y con sus hermanos”.

(Hch 1, 12-14).



Lo primero que llama la atención en este texto bíblico es la disposición que tienen los apóstoles a la oración comunitaria “con algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús”. La oración en común fue, en el cristianismo primitivo, una realidad constante. San Pablo exhorta a: “orad constantemente” (1Te 5, 17). También exhorta a los Romanos:



“Vuestro amor sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndose al bien; amándoos continuamente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor, con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en al oración; compartiendo en las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad”.

(Rm 12, 9-13).



En el Evangelio de San Lucas encontramos:



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(Lc 18, 1….).



¿Tenemos que orar siempre tal y como nos dicen Jesús y Pablo?. ¿El Señor no se cansará de nuestras oraciones?. Y nosotros ¿nos cansamos de orar?.



La oración es algo diferente del culto exterior. Mirad en los monasterios procuran orar siempre, en todas las horas del día, pero ni los monjes ni las monjas son personas extrañas ni fanáticas, sino que son personas dedicadas a Dios, que aman a Dios por encima de todo y que no se olvidan de nosotros ni de las cosas que pasan en el mundo.

Orar es el ejercicio que abre la puerta de nuestra fe. La oración es la actualización de la fe que busca la comunicación con Dios. Mejor dicho, orar es dar la posibilidad de que Dios se comunique con nosotros y pueda derramar su Amor, es decir, al Espíritu Santo a la persona que ha abierto su corazón.



El prototipo de la persona orante es precisamente María. María estuvo es todo momento abierta a la voluntad del Padre y por eso recibió el Amor, al Espíritu Santo. En la Anunciación; en la Visitación; en su alabanza a Dios con su canto: Magníficat; en el nacimiento de Jesús y la visita de los pastores; en la Adoración de los Magos; en la presentación en el Templo; en la profecía de Simeón y Ana; en la huída a Egipto; cuando Jesús se pierde en la peregrinación a Jerusalén y es encontrado en el Templo; en la boda de Caná; en la vida pública de Jesús; en la Pasión; a los pies de la Cruz; cuando le entregan su Hijo muerto; en la Resurrección del Señor y finalmente en Pentecostés.



“María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.

(Lc 2,19).



Otra cosa que nos puede llamar la atención de este fragmento de los Hechos de los Apóstoles, es que estaban todos los apóstoles, faltando claramente Judas Iscariote. No falta ninguno, queriendo San Lucas (autor del libro de los Hechos de los Apóstoles) poner muy claro que se trata de la Iglesia Apostólica. Y junto a los apóstoles “algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús”. Porque la Iglesia tiene que ser de todos, de los hombres y de las mujeres. San Lucas en este momento es profeta: La Iglesia de los apóstoles es también la Iglesia de María y de las mujeres.



Solo hay una Iglesia. San Pablo les dice a los efesios:



“Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, edificados sobre el cimiento de los apóstoles, siendo la piedra angular Cristo mismo, en quien toda edificación bien trabada se eleva hasta formar un templo santo en el Señor, en quien también vosotros con ellos estáis siendo edificados, para ser morada de Dios en el Espíritu Santo”.

(Ef 2, 19-22).



Muchas veces nos encontramos con gente que dice que no le gusta la Iglesia; que dentro de ella hay más pecadores que fuera; y puede ser cierto. La Iglesia es santa porque su piedra angular es Cristo mismo (como nos ha dicho San Pablo). Pero es pecadora porque nosotros formamos junto con Cristo la Iglesia, y nosotros somos pecadores. Y es ahí donde necesitamos los “ojos misericordiosos de María”. Ella no se escandaliza. Ella no disimula nada de la realidad de nuestra Iglesia santa y pecadora. Los ojos misericordiosos de María no disimulan el mal que cometemos dentro de nuestra Iglesia.



Sus ojos miran a la vez a Cristo y a su Iglesia, a nosotros, y ora sin desfallecimiento. Intercede por nosotros continuamente con gran esperanza, para que la santidad de Cristo nos revista a todos los creyentes. En este punto solo hemos visto un poco del misterio de los ojos misericordiosos de María.



Recordemos la salve:



Dios te salve, Reina y Madre de misericordia,

vida, dulzura y esperanza nuestra:

Dios te salve.



A ti llamamos los desterrados hijos de Eva;

a ti suspiramos, gimiendo y llorando,

en este valle de lágrimas.



Ea, pues, Señora, abogada nuestra,

vuelve a nosotros

esos tus ojos misericordiosos,

y, después de este destierro,

muéstranos a Jesús,

fruto bendito de tu vientre.

¡Oh, clementísima, oh piadosa,

oh dulce Virgen María!.

























SS. Juan Pablo II



MARÍA Y EL DON DEL ESPÍRITU SANTO.



Queridísimos hermanos y hermanas:



1. Recorriendo el itinerario de la vida de la Virgen María, el Concilio Vaticano II recuerda su presencia en el comunidad que espera Pentecostés: <> (Lumen Gentium, 59).



La primera comunidad constituye el preludio del nacimiento de la Iglesia; la presencia de la Virgen contribuye a delinear su rostro definitivo, fruto del don de Pentecostés.



2. En la atmósfera de espera que reinaba en el Cenáculo después de la Ascensión, ¿cuál era la posición de María con respecto a la venida del Espíritu Santo?.



El Concilio subraya expresamente su presencia, en oración, con vistas a la efusión del Paráclito. María implora “con sus oraciones el don del Espíritu”. Esta afirmación resulta muy significativa, pues en la Anunciación el Espíritu Santo ya había venido sobre ella, cubriéndola con su sombra y dando origen a la encarnación del Verbo.



Al haber hecho ya una experiencia totalmente singular sobre la eficacia de ese don, la Virgen santísima estaba en condiciones de poderlo apreciar más que cualquier otra persona. En efecto, a la intervención misteriosa del Espíritu debía ella su maternidad, que la convirtió en puerta de ingreso del Salvador en el mundo.



A diferencia de los que se hallaban presentes en el Cenáculo en trepidante espera, Ella, plenamente consciente de la importancia de la promesa de su Hijo a los discípulos (Jn 14,16), ayudaba a la comunidad a prepararse adecuadamente a la venida del Paráclito.



Por ello, su singular experiencia, a la vez que la impulsaba a desear ardientemente la venida del Espíritu, la comprometía también a preparar la mente y el corazón de los que estaban a su lado.



3. Durante esa oración en el Cenáculo, en actitud de profunda comunión con los Apóstoles, con algunas mujeres y con los hermanos de Jesús, la Madre del Señor invoca el don del Espíritu para sí misma y para la comunidad.



Era oportuno que la primera efusión del Espíritu sobre ella, que tuvo lugar con miras a su maternidad divina, fuera renovada y reforzada. En efecto, al pie de la Cruz, María fue revestida con su nueva maternidad, con respecto a los discípulos de Jesús. Precisamente esta misión exigía un renovado don del Espíritu. Por consiguiente, la Virgen lo deseaba con vistas a la fecundidad de su maternidad espiritual.



En la Iglesia y para la Iglesia, Ella, recordando la promesa de Jesús, espera Pentecostés e implora para todos abundantes dones, según la personalidad y la misión de cada uno.



4. En la comunidad cristiana la oración de María reviste un significado peculiar: favorece la venida del Espíritu, solicitando su acción en el corazón de los discípulos y en el mundo. De la misma manera que, en la Encarnación, el Espíritu había formado en su seno virginal el cuerpo físico de Cristo, así ahora en el Cenáculo, el mismo Espíritu viene para animar su Cuerpo místico: la Iglesia.



Por tanto, Pentecostés es fruto también de la incesante oración de la Virgen, que el Paráclito acoge con favor singular, porque es expresión del amor materno de Ella hacia los discípulos del Señor.



Contemplando la poderosa intercesión de María que espera al Espíritu Santo, los cristianos de todos los tiempos, en su largo y arduo camino hacia la salvación, recurren a menudo a su intercesión para recibir con mayor abundancia los dones del Paráclito.



5. Respondiendo a las plegarias de la Virgen y de la comunidad reunida en el Cenáculo el día de Pentecostés, el Espíritu Santo colma a María y a los presentes con la plenitud de sus dones, obrando en ellos una profunda transformación con vistas a la difusión de la buena nueva. A La Madre de Cristo y a los discípulos se les concede una nueva fuerza y un nuevo dinamismo apostólico para el crecimiento de la Iglesia. En particular, la efusión del Espíritu lleva a María a ejercer su maternidad espiritual de modo singular, mediante su presencia, su caridad y su testimonio de fe.



En la Iglesia que nace, Ella entrega a los discípulos, como tesoro inestimable, sus recuerdos sobre la Encarnación, sobre la infancia, sobre la vida oculta y sobre la misión de su Hijo divino, contribuyendo a darlo a conocer y a fortalecer la fe de los creyentes.



No tenemos ninguna información sobre la actividad de María en la Iglesia primitiva, pero cabe suponer que, incluso después de Pentecostés, Ella siguió llevando una vida oculta y discreta, vigilante y eficaz. Iluminada y guiada por el Espíritu, ejerció una profunda influencia en la comunidad de los discípulos del Señor.



Juan Pablo II. Audiencia general del miércoles, 28 e mayo de 2001.

























































1.8.- MARÍA EN EL APOCALIPSIS.



<



Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él. Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. Por eso, regocijaos, cielos y los que en ellos habitáis. ¡Ay de la tierra y del mar! Porque el diablo ha bajado a vosotros con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo”.



Cuando el Dragón vio que había sido arrojado a la tierra, persiguió a la Mujer que había dado a luz al Hijo varón. Pero se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar lejos del Dragón, donde tiene que ser alimentada un tiempo y tiempos y medio tiempo. Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón. Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús>>.

(Ap 12, 1-17).





San Juan describe a los personajes y el combate mismo mediante dos signos que llaman nuestro interés: el primer signo es la Mujer y su descendencia, el Mesías; el segundo la serpiente-Dragón y sus ángeles y Miguel y sus ángeles.



Se describen sucesivamente tres combates en los que participa la serpiente-Dragón:



1º.- Contra el Mesías que nace de la Mujer.

2º.- Contra Miguel y sus ángeles.

3º.- Contra la Mujer y el resto de sus hijos.



No debemos entender estos combates como una sucesión cronológica. Son más bien diversos cuadros o momentos puestos uno junto al otro, porque tienen una profunda relación entre sí: siempre el mismo enemigo, Satanás, lucha contra los proyectos de Dios y contra aquellos que “guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús”.



Ver 1-2:



“Un gran signo apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo los pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz”.



La figura de la Mujer ha sido interpretada desde los tiempos de los Santos Padres como referido al antiguo pueblo de Israel, a la Iglesia de Jesucristo o la Virgen María:



a) La mujer representa al pueblo de Israel, pues que de él procede el Mesías, e Isaías comparaba al pueblo como: “una mujer encinta, cuando llega el parto y se retuerce y grita en sus dolores”. (Is 26,17).

b) También puede representar a la Iglesia, cuyos hijos/as se debaten en lucha contra el mal por dar testimonio de Jesús.

c) Y puede referirse también a María, en cuanto que Ella dio a luz real e históricamente al Mesías, a Jesús de Nazaret.



Nosotros nos vamos a centrar en María:



a) El Evangelio de San Lucas, al narrar la Anunciación, ve a María como la representación del resto del pueblo de Israel: a Ella se dirige el ángel el saludo como a la hija de Sión.

b) San Pablo, en la carta a los Gálatas ve en una mujer, en María, la alegría de la Iglesia que es nuestra madre.

c) El mismo Apocalipsis deja abierto el camino para ver en esa Mujer directamente a María, cuya maternidad conllevaría el dolor del Calvario.



Los rasgos con los que aparece la Mujer representan la gloria celeste con que ha sido revestida, así como su triunfo al ser coronada con doce estrellas, símbolo del pueblo de Dios, de los doce patriarcas y de los doce apóstoles. De ahí que la Iglesia haya visto en esta Mujer a María:



“Asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, ensalzada por el Señor como reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte” (Conc. Vat. II. Const Lumen Gentium, nº 59).



Ver. 3-4.



“Y apareció otro signo en el cielo: un Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto diera a luz”.



San Juan describe al diablo basándose en rasgos simbólicos, tomados del Antiguo Testamento: La serpiente-Dragón proviene del Génesis. El color rojo y las siete cabezas con las siete diademas indican que despliega todo su poder para hacer la guerra. Los diez cuernos representan a los reyes enemigos del pueblo de Israel. Juan quiere, son estos símbolos, poner de relieve sobre todo el enorme poder de Satanás.



Tras la caída de nuestros primeros padres se entabla la guerra entre la serpiente y su linaje, contra la mujer y el suyo:



“Pondré enemistad, dijo Dios a la serpiente, entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su Descendencia. Ella te aplastará la cabeza, mientras tu le acecharás en el calcañar”.

(Gn 3,15).



Jesucristo es el descendiente de la Mujer que llevará a cabo la victoria sobre el demonio. De ahí que el poder del mal centre todas sus fuerzas en destruir a Cristo, o en torcer su misión.



Ver. 5.



“La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su Hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono”.



Con el nacimiento de Jesucristo se cumple el proyecto de Dios anunciado por los profetas y por los Salmos y, se inicia la victoria definitiva sobre el demonio.



Esta victoria se decide en la vida terrena de Jesús, que culmina con su Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión al Cielo. Juan resalta sobre todo el triunfo de Cristo que, como confiesa la Iglesia, Cristo victorioso “está sentado a la derecha del Padre” (Credo).



Ver. 6.



“Y la Mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días”.



Aquí la figura de la Mujer evoca la imagen de la Iglesia, nuevo pueblo de Dios, que al igual que Israel se refugió en el desierto al escapar del Faraón, así también la Iglesia tras la victoria de Cristo. El desierto representa el ámbito de soledad e íntima unión con Dios. Allí Dios cuidaba personalmente de su pueblo, librándole de los enemigos y alimentándole con las codornices y el maná.



Una protección similar tiene ahora la Iglesia, contra la que no podrán los poderes del infierno, y a la que Cristo alimenta con su Cuerpo y su Palabra, durante el tiempo de su peregrinaje en la Historia, que es un tiempo de lucha y esperanza, como el de Israel por el desierto, aunque este limitado: 1.260 días.



Aunque la figura de la Mujer, es este versículo, parece hacer referencia directamente a la Iglesia, sigue estando presente de alguna forma la imagen de la Mujer que ha dado a luz al Mesías, María. Ella ha experimentado, como ninguna otra persona, la especial unión con Dios y su protección de los poderes del demonio, del mal, incluso de la muerte.

Segunda parte.



Ver. 7-9.



“Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar en el cielo para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero; fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él”.



La lucha entre la serpiente-Dragón y sus ángeles contra Miguel y los suyos, y la derrota de éstos, parece íntimamente relacionados con la Muerte y glorificación de Cristo.



La mención de Miguel y de la serpiente antigua, así como los efectos de la lucha, el ser arrojados del cielo, hacen pensar en el origen del demonio. Este que era un ángel excelso, según las tradiciones judías se convirtió en diablo cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza.



El demonio no aceptó la dignidad concedida al hombre, Miguel, en cambio, obedeció, pero el diablo y otros ángeles, al considerar al hombre inferior a ellos, se rebelaron contra Dios. Entonces el diablo y sus seguidores fueron arrojados al infierno y a la tierra, por lo que cesan de tentar al hombre para que, pecando, se vea privado también de la gloria de Dios.



A la luz de esta tradición, en el Apocalipsis se pone de relieve que Cristo, nuevo Adán, verdadero Dios y, como dice Pablo:



Verdadero hombre, al ser glorificado merece y recibe la adoración debida, por lo que el diablo es definitivamente derrotado. El proyecto divino abarca la creación y la redención. Cristo, imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura, porque en él fueron creadas todas las cosas”,

(Col 1, 15-16).



es el causante de la derrota del diablo en una batalla que abarca toda la Historia, pero que ha tenido su momento definitivo en la Encarnación, Muerte y Glorificación del Señor.



En el libro de Daniel se dice que el arcángel Miguel es el que defiende, de parte de Dios, al pueblo elegido. Su nombre significa: “¿Quién como Dios?”, y su función es velar por los derechos divinos frente a quienes quieren usurparlos, como los tiranos de los pueblos, o el mismo Satanás al intentar hacerse con el cuerpo de Moisés según la carta de Judas



De ahí que también en el Apocalipsis aparezca Miguel como el que se enfrenta a Satanás, la serpiente antigua, aunque la victoria y castigo pertenece a Cristo. La Iglesia, invoca a Miguel como su guardián ante las dificultades y contra las acechanzas del demonio.



Ver. 10-12.



<>.



El Concilio Vaticano II, en la Constitución “Dominum et Vivificantem, nº 67, nos dice:



<>.



Aunque Satanás ese poder de actuar en el mundo, todavía le queda un tiempo, desde la Resurrección del Señor hasta el final de la Historia, en el que puede obstaculizar entre los hombres la obra de Cristo. Por ello actúa cada vez con más fuerza, al ver que se le acaba el tiempo, intentando que cada hombre y la sociedad se alejen de los planes y mandatos de Dios.



Imploremos a la Virgen fiel que nos libre de las acechanzas de nuestro enemigo, el demonio; que ella interceda y que con su manto nos proteja de él. Amén.





























































REUNIÓN DEL MAL.



Satanás Convocó una reunión mundial de demonios. En su discurso de apertura dijo: no podemos impedir que los cristianos vayan a sus iglesias o templos; no podemos impedirles que lean la Biblia y otros libros que les ayuden a conocer la verdad. Ni tampoco podemos impedirles que formen una relación íntima con el Salvador a través de la oración. Cuando consiguen esa relación con Jesucristo nuestro poder sobre ellos cesa.



Entonces vamos a dejarlos ir a las iglesias, vamos a dejarlos que celebren sus fiestas y sacramentos que organicen, pero les vamos a robar el tiempo, de manera que no les sobre tiempo para desarrollar una relación íntima con Jesucristo. Lo que quiero que hagáis es lo siguiente: distraerlos de tal manera que no consigan aproximarse a Jesús.



¿Cómo hacemos esto?. Gritaron los demonios.



Satanás les respondió:



Mantenerlos ocupados en las cosas menos esenciales de la vida e inventaros innumerables asuntos y situaciones que ocupen sus mentes. Levadlos a gastar, gastar y gastar, a que pidan prestado, pedir créditos y tarjetas de plástico y que vivan endeudados.



Que la tecnología sea lo esencial en sus vidas. Que no puedan vivir sin su teléfono móvil, sin su ordenador de última generación, sin su buen coche, hay que entretenerlos para que no piensen en Dios.



Engañad a los matrimonios para que trabajen los dos con el fin de que hagan dinero para tener una buena casa, para mantener un estilo de vida lo más alto posible, nada de hogares humildes. Que los padres no tengan tiempo para estar y jugar con sus hijos y sean los abuelos o las canguros quines los cuiden, y así, las familias se vayan fragmentando y los hogares ya no sean un remanso de paz y se divorcien, no querrán tener mas hijos y las mujeres abortarán.



Estimular sus mentes con mucha intensidad de manera que no puedan oír la voz suave y tranquila de Dios Creador; llenar las mesas de todos los lugares con revistas y periódicos. Colocar televisores en todas partes. Bombardear con malas noticias sus mentes las 24 horas del día. Llenar sus mentes de publicidad, por la televisión, por la radio, en los buzones. Hacer que compren por catálogo, que jueguen a la lotería, que vayan al bingo y al casino. Que el teléfono no deje de sonar con ofertas, servicios y falsas esperanzas.



Que haya mujeres bellas, modelos, artistas etc., para que los maridos estén insatisfechos con sus propias esposas. Que las esposas no quieran ver nada mas que telenovelas y series, anuncios de perfumes, ropa, productos para adelgazar, que quieran estar siempre bellas a través de tratamientos estéticos y nada mas que se preocupen de ellas.



Hacer que los jóvenes vean en la bebida, en las drogas una diversión para que vayan destruyendo poco a poco sus vidas. Que sean soberbios y pierdan los valores del respeto y la igualdad. Que se diviertan a su manera con toda clase de excesos, con mucho ruido para que sigan incomunicados y para que al regresar a sus casas estén cansados y no piensen.



Que los niños celebren Papá Noel y no preparen el Belén para que olviden el significado de la Navidad y se centren en pedir y pedir regalos al dichoso Papá Noel. Que en Pascua se les regale el huevo o la mona para que no hablen de la Muerte y Resurrección de Jesús y de su poder sobre el pecado y la muerte.



Mantener a las personas de tal modo ocupadas que ni se les ocurra pasear o estar en la naturaleza para que no reflexionen en la Creación de Dios Padre. Mandarlos a los centros comerciales, a obras de teatro vulgares, conciertos y a ver películas cuanto más degradantes mejor. Que siempre, siempre estén ocupados para que no se les ocurra pensar en Dios.



Que cuando se reúnan unos pocos para un encuentro o reunión espiritual, retiro, ejercicios espirituales, etc., reine en ellos las críticas y las conversaciones sin importancia. Que vivan dominados por los bajos instintos.



Y una cosa fundamental:



Hacer creer que vosotros los demonios no existís. QUE EL DIABLO, YO SATANÁS, NO EXISTO.



Todos los demonios gritaron: Sí, Sí, Sí, lo haremos.







2.- MARIA, MADRE DE DIOS.

(1ª parte)



Partimos de que Dios se hizo hombre en la Segunda Persona de la Santísima Trinada, el Verbo, en Jesús de Nazaret, el Cristo.



1.- Herejías y errores cristológicos y mariológicos antes del Concilio de Éfeso.



Con objeto de entender un poco más el dogma de la maternidad divina, recordamos los principales errores que se dieron en los primeros siglos en relación a la persona de Jesucristo que afectan directamente al entendimiento de la maternidad de María.



a) Los docetas, gnósticos y maniqueos.



Ellos afirmaban que Cristo tenía tan sólo un cuerpo aparente, real traído del cielo, de tal modo que pasó por el seno de María como el agua que corre por un acueducto. Por consecuencia, la maternidad de María queda reducida a una maternidad aparente.



b) Los monofisitas.



Apolinar de Laodicea y Eutiques afirmaron que en Cristo no hay nada más que una naturaleza formada por la divinidad y humanidad, por tanto, Cristo no sería de naturaleza divina y naturaleza humana, no hay dos naturalezas. Por lo tanto, María no puede llamarse propiamente Madre de Dios, sino Madre de Cristo o de Jesús.



c) Los nestorianos.



Nestorio afirma en Cristo al hombre y al Verbo de Dios. Pero Cristo es Verbo de Dios después de su nacimiento. Es decir, Jesús nace como persona humana y después habita en él la Segunda Persona de la Trinidad. Por tanto, María solamente es Madre del hombre, pero no Madre de Dios.





2.- El Magisterio de la Iglesia.



a) Los Símbolos Apostólicos (Credos).



En los dos símbolos (Credos) se afirma que Jesucristo nació de María. Así confesamos:

• Credo Niceno-Constantinopolitano: (largo)



Creo en un solo Señor, Jesucristo,

Hijo único de Dios,

nacido del Padre antes de todos los siglos:

Dios de Dios,

Luz de Luz,

Dios verdadero de Dios verdadero,

engendrado, no creado,

de la misma naturaleza que el Padre,

por quien todo fue hecho;

que por nosotros los hombres y por nuestra salvación

bajó del cielo,

y por obra del Espíritu Santo

se encarnó de María, la Virgen,

y se hizo hombre;



• Símbolo de los Apóstoles: (corto)





Creo en Jesucristo,

su único Hijo, nuestro Señor,

que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,

nació de Santa María Virgen,





b) El Concilio de Éfeso



Se celebra en el año 431 debido a todos los errores y herejías que hemos explicado antes. Es en esta ciudad porque parece ser que María vivió sus últimos años allí. El Concilio proclama:



“Si alguno no confesare que el Emmanuel (Cristo) es verdaderamente Dios, y que por tanto, María es Madre de Dios, porque parió según la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema”.



(anatema: maldito, fuera de la Iglesia, excomulgado)





San Cirilo de Alejandría, que fue el principal exponente del Concilio escribe:



“Me extraña en gran manera que haya alguien que tenga duda alguna de si María ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón María, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios?. Esta es la fe que nos transmitieron los discípulos del Señor. Así nos lo han enseñado también los Santos Padres”.



Por lo tanto el Concilio de Éfeso proclama a María como verdadera Madre de dios y la proclama Santa. Al término del Concilio, todos los obispos y participantes del Concilio salen de procesión por la noche con antorchas cantando:



“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.”





3.- Formación de la oración: Ave María:



Después de este concilio se forma la oración por excelencia a María.



• Del saludo del ángel Gabriel (Lc 1,28)



“Ave (Dios te salve) María, llena eres de gracia, el Señor está contigo”.



• Del saludo de su prima Isabel (Lc 1,42)



“Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. (Jesús).



• Del concilio de Éfeso



“Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.





Después del Concilio Vaticano II, la reforma litúrgica puso la Solemnidad de “Santa María, Madre de Dios” el día 1 de enero. Pablo VI quiso que empezáramos el año civil bajo la protección de Santa María.

MARIA, MADRE DE DIOS

(2ª parte)



María, que es verdadera Madre de Jesús, es verdadera Madre de Dios, porque Cristo es al mismo tiempo Verdadero Dios y Verdadero Hombre.



Este es el misterio principal y central de la vida de María, de la cual derivan y se fundamentan todos sus privilegios y todas sus perfecciones.



Al decir que María es Madre de Dios se afirma dos verdades:



1ª.- María es verdadera Madre de Jesús de Nazaret como Hombre.



2º.- María es verdadera Madre de Dios, del Hijo de Padre eterno.





MARÍA ES VERDADERA MADRE:



Decir que María es verdadera Madre, significa que Ella contribuyó a la formación de la naturaleza humana de Cristo, del mismo modo que todas las madres contribuyen a la formación del fruto de sus entrañas. María es verdadera Madre porque Jesús es verdadero Hombre.



La Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, se encarnó, se encarnó recibiendo de las entrañas de María, lo mismo que reciben todos los hijos de su madre. San Pablo en Gál 4,4,: “Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, formado de mujer y sometido a la Ley”.



Jesús, en cuanto hombre, toma su cuerpo de María en el tiempo, y así lo ha expresado la fe de la Iglesia, recogida definitivamente en el nº 16 del Catecismo de San Pío X: “El Hijo de Dios se hizo hombre tomando, de las entrañas de la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, un cuerpo como el nuestro y un alma como la nuestra”.











MARÍA ES VERDADERA MADRE DE DIOS:



Decir que María es verdadera Madre de Dios significa que Ella concibió y dio a luz a la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, aunque no en cuanto a la naturaleza divina, sino en cuanto a la naturaleza humana que había asumido.



Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Mater, en nº 17 nos dice:



1º.- María sabe que el que lleva por nombre Jesús ha sido llamado por el ángel Hijo del Altísimo (Lc 1,32).



2º.- María sabe que lo que lo ha concebido y dado a luz sin conocer varón, por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo, que ha extendido su sombra sobre Ella. (Lc 1,35).



3º.- María sabe que el Hijo dado a luz virginalmente, es precisamente aquel “Santo”, el “Hijo de Dios, del que le ha hablado el ángel.





LA SAGRADA ESCRITURA



Es conveniente aclarar que la expresión Madre de Dios no aparece, como tal, en las Escrituras, pero sí sus equivalentes: Madre de Cristo, Madre de Jesús, Madre del Señor.



a) Antiguo Testamento:



En el Antiguo Testamento aparece María como la mujer que será la Madre del Redentor, el Mesías prometido, en dos textos principalmente:



1º.- Cuando Dios habla en el paraíso a la serpiente tentadora Gn 3,15, texto que se conoce con el nombre de protoevengelio: “Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, El te aplastará la cabeza”.



2º.- Cuando Dios recuerda la promesa del Mesías en Is 7,14: “El Señor mismo os dará por eso la señal: He aquí que una virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y será llamado Emmanuel”.



b) Nuevo Testamento:



En el Nuevo Testamento aparece María como la mujer que concibe, da a luz y es Madre de Jesús.



Lc 1,31 ss: “He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a

quien darás por nombre Jesús”.



Lc 1, 35: “… lo que nacerá de ti será santo y será llamado Hijo de Dios”.



Gál 4,4,: “… envió Dios a su Hijo, nacido de mujer”.



Rm 9,5: “Cristo que es Dios, procede según la carne…..”



De los textos de la Sagrada Escritura se desprende claramente que si uno y el mismo es el que fue engendrado por el Padre desde toda la eternidad y, en tiempo, fue engendrado por la Virgen María, resulta que si ése es el Verbo de Dios, María es la Madre de Dios.





LA SAGRADA TRADICIÓN



Los santos Padres durante los tres primeros siglos afirmaron la realidad, o el hecho, de la verdadera maternidad de María. Por ejemplo:



- San Ireneo: Este Cristo, que como Logos del Padre estaba con el Padre….fue dado a luz por una Virgen.



- San Hipólito: “El Verbo descendió del cielo a la Santísima Virgen para que encarnado en Ella y hecho hombre en todo menos el pecado, salvara a Adán, que había perecido”.



A partir del siglo IV, después del Concilio de Éfeso, emplean ya el término griego Teotókos: Madre de Dios:



- San Atanasio: “Por nosotros, tomando carne de la Virgen María, Madre de Dios, hízose hombre”.



- San Gregorio Nacianceno: Si alguno no reconoce a Santa María como Madre de Dios, es que se halla separado de Dios”.



- San Bernardo: “El único nacimiento digno de Dios era el procedente de la Virgen; asimismo, la dignidad de la Virgen demandaba que quien naciere de ella no fuere otro que el mismo Dios. Por eso el Hacedor del hombre, al hacerse hombre, naciendo de la raza humana, tuvo que elegir, mejor dicho, que formar para sí, entre todas, una madre tal cual Él sabía que había de serle conveniente y agradable”.





































































3.- MARÍA ES INMACULADA.

(1ª parte)



Para comprender bien el dogma de la Inmaculada Concepción de María, primero tendremos que saber y entender muy bien qué es el pecado original.



Explicamos pues las primeras páginas de la Biblia, en el libro del Génesis: cap 3.



El pecado original es una realidad no sensible. No se puede ver, tocar, o pesar como tampoco podemos medir el amor que le tenemos a nuestros hijos, esposos y esposas, o la compasión por un enfermo.



Aunque no vemos el pecado original, si percibimos sus consecuencias. El pecado original ha producido en todos nosotros una tendencia desordenada al pecado, a obrar con un amor desordenado a nosotros mismos, pasando incluso por encima de los demás, y a seguir las cosas que nos gustan y la comodidad, incluso contra la razón, que es los propio del hombre y la mujer, lo que nos distingue de los animales. Este es el gran pecado del egoísmo, padre o madre de todos los pecados.



Esto lo experimentamos todos, desde el más santo al último pecador, y desde el día que nacemos hasta nuestra muerte. Nuestra vida es una lucha si en verdad queremos ser hombres y mujeres de bien. Lo más fácil es dejarse llevar de la corriente y hacer lo que hacen todos.



Es muy difícil explicar por qué todo ser humano experimenta esta realidad si negamos la realidad del pecado original. La Iglesia no sólo nos enseña que existe y nos explica en qué consiste sino que siguiendo a Jesucristo nos enseña a superarlo con la vigilancia, la oración y los Sacramentos, sobre todo, el de Reconciliación y la Eucaristía.



No podemos dudar que en nuestra misma naturaleza lo llevamos. No somos, ninguno de los que estamos aquí, unos angelitos, cuántas tendencias hacia el mal tenemos:



- tendencias de pereza, ¿quién de nosotros no ha sido comodón en nuestras obligaciones?, o ¿quién no ha malgastado el tiempo en la ociosidad?, o ¿quién de nosotros no se ha gozado en la pereza huyendo del trabajo?,o ¿nos gusta vivir de otros porque no somos suficientemente nosotros mismos?, o ¿preferimos que otros actúen por nosotros y no tenemos dignidad ni orgullo propio?, o ¿quién de nosotros no siente alegría del trabajo hecho por ti mismo/a?, etc.



- tendencias de avaricia: ¿Pensamos solo en tener y tener y tener cosas?, o ¿No compartimos lo que tenemos, pero si queremos todo?, o ¿no estamos conformes, aún cuando no carecemos de nada?, o ¿tenemos demasiado apego al dinero, a lo material?, o ¿nuestra casa, coche y pertenencias tienen que ser mejores que las de mis vecinos amigos y familiares?, etc.



- Tendencias de soberbia: ¿Somos arrogantes, vanidosos y orgullosos?, o ¿nos creemos los mejores?, o ¿nos complacemos cuando nos halagan?, o ¿despreciamos a los que nos rodean porque son inferiores a nosotros?, o ¿nos orgullecemos por el puesto que ocupamos, que claro está nos lo merecemos?, etc.



- Tendencias de envidia: ¿Nos domina la envidia y vemos con malos ojos que otros tengan más, o sean mejores o más felices que nosotros?, o ¿tenemos grandeza de corazón para alegrarnos del bien ajeno tanto como del propio?, o ¿aprovechamos la oportunidad para destruir a nuestro rival para hacerle daño?, etc.



- Tendencias de ira: ¿Nos dejamos llevar por el genio y nos enfadamos con facilidad?, o ¿no soportamos los inconvenientes que nos crean los demás?, o ¿somos maltratadores con nuestras respectivas parejas?, o ¿somos amargados, peleones y gritones?, etc.



Y muchas mas consecuencias tiene el pecado original, que si nos ponemos a enumerar pues tardaríamos mucho tiempo en terminar: guerra, hambre……



Pero alguno o alguna podría decir: “pero si yo no lo cometí” (el pecado original) y es verdad, no somos conscientes de haberlo cometido, pero las consecuencias hablan de su presencia. Y éstas por lo visto han aparecido desde la primera pareja hasta hoy. Así pues, al que nos diga que no existe le podemos decir que por favor nos muestre sus alas de angelito. Yo todavía no he visto ninguno con ellas.



De todo este gran pecado, el pecado original, fue preservada María, para que fuera la Madre del Señor y fue llena de gracia, de Espíritu Santo para cumplir su misión aquí en la tierra.



Que Ella nos proteja, nos libre de las acechanzas del diablo e interceda por nosotros, en cuantos pecados tenemos para que nos sean perdonados. Amén.









































































(2ª parte)



DEFINICIÓN DEL DOGMA.



El Papa Pío IX, en la Bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1.854 definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de María con estas palabras:



“Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de su concepción fue, por singular gracia y privilegio, Dios omnipotente, en previsión de los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, preservada inmune de toda mancha de culpa original, ha sido revelada por Dios y, por tanto, debe ser firme y constantemente creída por todos los fieles”.





EXPLICACIÓN DEL CONTENIDO DEL DOGMA.



Repasemos cada una de las proposiciones de la definición:



El primer instante de la concepción de María:



En la concepción de María, engendrada por sus padres, hay que distinguir la concepción activa, es decir, la acción de engendrar por parte de san Joaquín y santa Ana, y la concepción pasiva, o sea, el resultado de la acción de engendrar o el ser mismo de María, fruto de esa acción.



El dogma se refiere a la concepción pasiva, María, enseñando que desde el primer instante en que es constituida como persona, lo es sin mancha alguna de pecado.



Inmune de toda mancha de culpa original.



Es dogma de fe que el pecado original se transmite a todos los hombres por generación natural, de tal modo que todos son concebidos en pecado (Concilio de Trento). Ahora bien, como María fue inmune de la culpa, al ser concebida sin pecado, no tuvo esa culpa, y por ello, tampoco tenía las consecuencias de esa falta. Esto supone tres cosas:



1. Ausencia de cualquier mancha de pecado. Ella fue inmune de la culpa y de la pena debidas al pecado original, en virtud de que nunca tuvo ese pecado;

2. Llena de gracia santificante. Por lo anterior, al no tener pecado, el alma de María estuvo llena de la gracia santificante, desde el primer instante de su ser, y poseía las virtudes y dones del Espíritu Santo;



3. Ausencia de la inclinación al mal. El pecado, que es la falta de amor a Dios y a nuestro prójimo, que se da en toda criatura humana, en María no se da, puesto que jamás tuvo pecado alguno.



Por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente.



La “Purísima Concepción” es un privilegio y don gratuito concedido sólo a la Virgen y no a ninguna otra criatura, en atención q que había sido elegida para ser la Madre de Dios.



Es un favor especial y extraordinario, ya que, según la ley natural, por su concepción dentro de la familia humana debería haber incurrido en la contracción del pecado original para, luego, ser liberada como los demás hombres; pero esto no ocurrió, pues en ella se realizó de modo distinto, como veremos ahora.



En previsión de los méritos de Cristo Jesús Salvador.



Se dice en previsión de los méritos de Cristo porque a María la Redención se aplicó antes de la muerte del Señor. En cambio los justos del Antiguo Testamento esperaron el momento en que Jesús bajó al seno de Abraham después de morir en la Cruz.



Además se añade “por los méritos de Cristo” dado que la redención de la Virgen tuvo como causa meritoria la Pasión del Señor. Como Cristo es el único Mediador y Redentor universal del género humano, María recibe igual que todos los hombres la salvación de Cristo, el único Salvador.



Preservada de la culpa original



Hemos dicho que el pecado original afecta a todo el género humano y también que la Redención es universal, Por tanto, en el caso de María, Ella también tenía necesidad de ser rescatada del pecado. Pero en Ella esto se hizo no mediante una redención liberadora del pecado original ya contraído, sino mediante una redención preservante.



Es decir, la Redención universal se aplica a todos los hombres que primero incurrimos en el pecado original y luego somos limpiados con las aguas bautismales. En María la Redención fue preservante, es decir, como perteneciente al género humano, Ella debería también contraer el pecado original, pero Dios la preservó de esta culpa.





LA SAGRADA ESCRITURA.



Gn 3,15: “Establezco enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, El te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañar”.



El libro del Génesis expresa la enemistad de Cristo Redentor y la de María, su Madre, contra el diablo. Esta enemistad dará lugar a una batalla que va a concluir con el triunfo de parte de Cristo y, con Él también María.



Cristo Redentor, con su Muerte y Resurrección, consiguió una victoria absoluta sobre el pecado. Este triunfo en los redimidos empieza con María por su “Inmaculada Concepción” y luego, Ella, por Cristo y en Cristo vence al diablo que por el pecado tiene el domino sobre los hombres.



Lc 1,28: “Dios te salve, llena de gracia”.



Con estas palabras del ángel se expresa la ausencia de pecado en María y la plenitud de su santidad, al estar llena de gracia.



Lc 1,42: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”.



Palabras dichas por su prima Isabel movida por el Espíritu Santo, que sugieren que la bendición de Dios sobre María la libra de todo pecado desde el comienzo de su existencia.





LA SAGRADA TRADICIÓN.



San Justino, Tertuliano, san Ireneo, etc., contraponen a Eva y a María, la una como causa de muerte, la otra como causa de vida y salvación: Eva cerró las puertas del paraíso, María abrió las puertas del cielo.



Desde el siglo IV, se comienza a hablar de un paralelismo entre Cristo y María, frente a Adán y Eva, que pone de manifiesto el análogo nivel de santidad de Jesús y de su Madre, en virtud de la función redentora a la que María está íntimamente asociada como Madre del Redentor. Y en ese mismo siglo, san Ambrosio y otros Santos Padres ya comienzan a llamarla Purísima.



Desde el siglo VII se celebra en Oriente la fiesta de la Concepción.



El Concilio de Letrán (año 649) llama a María Inmaculada. Sixto IV, en el siglo XV, concedió indulgencias a la festividad de la Inmaculada y prohibió las mutuas censuras que se hacían entre sí los teólogos.



El Concilio de Trento (1545-1563), al hablar del pecado original, excluye a la Santísima Virgen. En 1661 Alejandro VII afirma el privilegio diciendo que casi todos los católicos lo admiten aunque no haya sido definido como Dogma. En 1854, Pío IX define el Dogma el día 8 de diciembre.















































4.- MARÍA FUE SIEMPRE VIRGEN.

(1ª parte)



La Iglesia enseña que María:



• Era virgen al concebir a Nuestro Señor (antes del parto);



• Fue virgen al dar a luz al Señor (en el parto);



• Permaneció virgen después del nacimiento de Cristo (después del parto).





La Virginidad antes del parto:



Esto significa que María antes de concebir a Jesús no tuvo ningún contacto humano y, además que concibió al Señor sin concurso de varón. Esta acción fue suplida por Dios, “por obra del Espíritu Santo”.



a) La Sagrada Escritura:



• Isaías 7,14: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo”;



• Lucas 1,26: “El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen, y el nombre de la virgen era María”;



• Lucas 1, 34-35: <>.



• Mateo 1,20: <>.















b) Razones teológicas:



Santo Tomás de Aquino dice:



1º.- Conviene que el que es Hijo natural de Dios no tenga padre en la tierra, que tenga un único Padre en el cielo para que la dignidad de Dios no se comunique a otro.

2º.- El Verbo, que fue concebido eternamente en la más alta pureza espiritual, debió también ser concebido virginalmente cuando se hizo carne.



3º.-Para que la naturaleza humana del Salvador estuviese exenta del pecado original, convenía que no fuese concebido por vía normal, sino por concepción virginal. Lo contrario sería un absurdo, esto es, que Cristo tuviese necesidad de ser redimido. “Se hizo igual en todo a nosotros, menos en el pecado”. (Heb 4,15).





La Virginidad en el parto:



Esto significa que María dio a luz a su Hijo primogénito sin menoscabo de su integridad corporal y, además, que su parto fue sin dolor. A María no le alcanzó el pecado de Eva: “parirás a tus hijos con dolor” (Gn 3,16). El parto, en consecuencia, fue de carácter extraordinario.



a) La Sagrada Escritura:



• Lucas 2,7: “Y dio a luz a su Hijo primogénito y lo envolvió en pañales, y lo reclinó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos”.



Este pasaje, san Pío X, en su Catecismo, lo explica así: <>.



b) Razones teológicas:



Santo Tomás:



1º.- El Verbo, que fue ciertamente concebido y que procede del Padre sin ninguna corrupción, debía al hacer carne nacer de una Madre virgen conservándole su virginidad.



2º.- El que vino para evitar toda corrupción, al nacer no debía destruir la virginidad de aquella que le dio la vida.



3º.- El que nos ordena honrar padre y madre se obligaba a sí mismo a no disminuir, al nacer, el honor de su santa Madre.





La Virginidad después del parto:



Esto significa que María, después de dar a luz a su Hijo primogénito, virginalmente, permaneció siempre virgen hasta el final de sus días en la tierra, sin tener contacto alguno de varón y, en consecuencia, sin engendrar otros hijos.



a) La Sagrada Escritura:



• Lucas 1,34: “……Pues no conozco varón”.



Estas palabras indican la resolución de María, opinión común, que había hecho voto perpetuo de virginidad; lo cual significa que acepta la concepción virginal de Cristo “por obra del Espíritu Santo” y reafirma su deseo de permanecer siempre virgen..



• Juan 19,26: <<”Mujer, ahí tienes a tu hijo”.



Esto no hubiera ocurrido, no sería lógico, si María tuviera otros hijos que pudieran cuidar de ella.



b) Razones teológicas:



Santo Tomás:



1º.- El que desde toda la eternidad es Hijo único del Padre, conviene que sea en el tiempo el Hijo único de María.



2º.- Sería una ofensa al Espíritu Santo, el cual santificó para siempre el seno virginal de María.



3º.- Si la dignidad de ser Madre de Dios supuso la virginidad antes y en el parto, esa misma dignidad sigue exigiendo tal virginidad después del parto.







5.- MARIA FUE ASUNTA AL CIELO.



Definición del dogma.



El Papa Pío XII, en la Bula Munificentissímus Deus, del 1 de noviembre de 1950, proclamó solemnemente el dogma de la Sunción de María con estas palabras:



“Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste”.





Cumplido el curso de su vida terrena:



a) el significado de la fórmula: la fórmula significa que la Asunción de María no hay que aplazarla hasta el final de los tiempos, como sucederá con todos nosotros, sino como hecho que ya ocurrió; y además, que el cuerpo de la Virgen no sufrió descomposición alguna, como ocurre con los cadáveres.



b) la intención del Papa al usar dicha fórmula: el Papa quiso prescindir de la cuestión de la muerte de María en la fórmula definitoria, y por ello la expresión utilizada es igualmente válida, tanto si se entiende que la Virgen murió al final de su vida terrena, como si se piensa en la glorificación del cuerpo mediante la donación de la inmortalidad gloriosa sin pasar por la muerte.





La glorificación celeste del cuerpo de María.



Este es el elemento esencial del dogma de la Asunción. Enseña que la Virgen al término de su vida en este mundo, fue llevada al cielo en cuerpo y alma, con todas las cualidades y dotes propias del alma de los bienaventurados (santos) e igualmente con todas las cualidades propias de los cuerpos gloriosos. Se trata, pues, de la glorificación de María, en su alma y en su cuerpo, tanto si la incorruptibilidad y la inmortalidad le hubieran sobrevenido sin una muerte previa como si le hubiesen sobrevenido después de la muerte mediante la resurrección.







Una vez visto el contenido del dogma, se aprecia el hincapié que se hace sobre la glorificación corporal de María (más que del alma) si tenemos en cuenta lo siguiente:



a) María estuvo exenta de todo pecado: del original y del actual;



b) tuvo la plenitud de gracia y santidad correspondiente a su condición y dignidad de ser Madre de Dios;



c) no tuvo estado de purificación (Iglesia purificante o purgatorio).





Los grandes privilegios marianos:



El fundamento del dogma de la Asunción de María se desprende y es consecuencia de los anteriores dogmas marianos:



a) Por su Inmaculada Concepción:



Puesto que María estuvo exenta de todo pecado, no quedaba sujeta a la ley de padecer la corrupción del sepulcro, ni por consiguiente, tampoco tenía necesidad de esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo.



b) Por su divina Maternidad:



Si Adán (el hombre) introdujo en el mundo la muerte del alma, que es el pecado y con ello también la muerte del cuerpo; Cristo, por el contrario, introduce la vida del alma y la inmortalidad del cuerpo por medio de la resurrección. Por estos dos motivos, es lógico que María, (Madre de Cristo y Madre de los hombres,) que es causa de vida tanto en alma como en el cuerpo no permanezca en el sepulcro presa de la muerte.





CONSECUENCIAS PARA LA FE:



a) La Asunción de María es el argumento de que todos los hombres, de los que Ella es Madre, estaremos también en el Cielo (Iglesia triunfante) con nuestro cuerpo glorificado.



b) María es nuestra esperanza, pues en Ella se ha dado con plenitud lo que todo hombre está llamado a ser al final de los tiempos. María es nuestro consuelo, ya que podemos dirigirnos a aquella que antes de nosotros recorrió este valle de lágrimas y ahora fija sus ojos en la luz eterna. María es nuestro refugio porque con su ternura nos devuelve la paz, y por su poderosa intercesión nos sabemos amparados. Ella vive en el cielo como Madre amorosa de todos sus hijos.















































































6.- MARÍA MADRE DE LA IGLESIA.



PROCLAMACIÓN DE ESTE TÍTTULO:



El título de María como Madre de la Iglesia, ha sido proclamado solemnemente el 21 de noviembre de 1.964 por el Papa Pablo VI en los siguientes términos:



“…así, pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro, Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los Pastores, que la llaman Madre amorosa; y queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título”.





SIGNIFICADO DOCTRINAL:



La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo; la Cabeza de este Cuerpo es Cristo, todos nosotros somos miembros de este Cuerpo



María es Madre de Cristo y nosotros formamos el Cuerpo Místico de Cristo.



Por lo cual se deduce que María es Madre de la Iglesia.



Para comprender mejor este título de María, dentro de los diversos nombres que se utilizan para describir a la Iglesia nos vamos a fijar en la expresión “Casa de Dios”. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium nº 6:



“A veces también la Iglesia es designada como edificación de Dios. El mismo Señor se comparó a la piedra que rechazaron los arquitectos, pero que fue puesta como piedra angular. Sobre este fundamento los Apóstoles levantaron la Iglesia. Esta edificación recibe diversos nombres: casa de Dios en que habita su familia….”



Toda familia tiene una madre y en la familia de los hijos de Dios esa Madre es María, de ahí que con propiedad pueda llamarse Madre de la Iglesia.



Iglesia es también Pueblo de Dios.



En una familia la madre tiene tres cometidos fundamentales:



a) es esposa de su esposo;



b) es madre de sus hijos y,



c) es la que cuida de todos los que de una manera u otra pertenecen a la familia.



En María se dan cumplidamente estos tres aspectos:



a) es Esposa del Espíritu Santo, Vivificador de la Iglesia;



b) es Madre de Cristo y, por ello, es Madre espiritual de todos los cristianos y,



c) con cariño maternal cuida de todo y de todos sus hijos.



Juan Pablo II en su encíclica Redemptoris Mater en el nº 44:



“María Santísima es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, del amor y de la perfecta unión con Cristo. Es modelo porque vivió las virtudes con ejemplaridad suprema. Por ello, la Iglesia imita a la Madre de su Señor que conservó la fe íntegra, la sólida esperanza y la sincera caridad”.



Nº 46:



“A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es reflejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición penetrante con la palabra de apoyo y de estímulo”.



Por esto, nosotros los cristianos procuramos imitar el amor materno con el que la Madre del Señor cuida de los hermanos de su Hijo; con el testimonio del ejemplo, con nuestra ardiente acción apostólica y con el culto especial que tributamos a la Virgen María.









7.- MARÍA ES NUESTRA MADRE.



La virgen es nuestra Madre por voluntad expresa del Señor, pues Él nos la entregó, cuando estaba en la Cruz con estas palabras:



<>. Jn 19, 26-27.



Desde entonces Juan la tomó por Madre y con él nosotros, los cristianos de todos los tiempos. Por eso tenemos una madre en la tierra y otra en el Cielo.



La maternidad espiritual de María es la relación más sublime de la Virgen con nosotros; por esa relación somos sus hijos y por ella, nos sentimos protegidos y amparados.



El Papa Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Mater, nº 23 explica: “que la Madre de Cristo, encontrándose al pie de la Cruz en el centro mismo del misterio pascual del Redentor, es entregada al hombre –a cada uno de nosotros- como Madre. Por consiguiente, esta nueva maternidad de María, engendrada por la fe del nuevo amor, que maduró en ella definitivamente junto a la Cruz, por medio de su participación en el amor redentor del Hijo”.





SIGNIFICADO DE LA MATERNIDAD ESPIRITUAL.



María es la Madre espiritual de los hombres en tanto que por su unión con Cristo Redentor nos ha comunicado la vida sobrenatural de la gracia por la que somos regenerados a la vida del espíritu (alma). Así, la llamamos Madre, por analogía con la vida natural, pues nos ha engendrado a la vida divina al ser Corredentora del género humano.



María es la nueva Eva que cooperó voluntariamente a nuestra salvación, como Eva lo hizo para nuestra ruina. Santa María se convirtió en la Madre de todos los hombres al unirse al sacrificio de su Hijo por el mayor de los actos de fe, confianza y amor.











LA SAGRADA ESCRITURA.



Lc 1,38: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra”.



Al consentir libremente en ser la Madre del Salvador, autor de la gracia, en es momento también nos concibió espiritualmente, ya que al ser la Madre de la Cabeza de la Iglesia, que es Cristo, es Madre también de los fieles del Cuerpo Místico.



Jn 19, 26-27: “Mujer, he ahí a tu hijo… Hijo, he ahí a tu Madre”.



Estas palabras de Jesús, como las palabras sacramentales, produjeron en María lo que significaban, esto es, un gran aumento de amor materno por nosotros y en Juan (que representaba al género humano) produjeron un amor filial profundo y lleno de respeto por la Madre de Dios, el cual, es origen de la gran devoción de los fieles a María.





EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA.



Las enseñanzas de la Iglesia sobre este tema son abundantes. El Concilio Vaticano II recoge la doctrina precedente y profundiza en ella. Principalmente en la Constitución Lumenn Gentium, en los números 60-62:



a) La razón de la maternidad espiritual es debida a la predestinación de María a ser Madre del Verbo encarnado y por su cooperación al restablecimiento de la vida de gracia en los hombres.



b) Es Madre espiritual por sus virtudes, ya que así como Cristo llevó a cabo la Redención por sus virtudes –obediencia en la Encarnación, obediencia en su Sacrificio voluntario- así también María corredimió por su fe en la Encarnación, por su amor en la Cruz, por la entrega al sacrificio de su Hijo, y ejerce su maternidad espiritual poniendo en juego todas sus virtudes.



c) La naturaleza de esta maternidad es del tipo de gracia, en cuanto que consiste en una peculiar colaboración con su Hijo en orden a la regeneración de los hombres a la vida divina.



d) Las etapas de su maternidad son tres: en la Encarnación, al pie de la Cruz y en el Cielo, desde su gloriosa Asunción.



e) El ejercicio de su maternidad es doble: intercediendo por nosotros ante su Hijo y presentándonos delante de Él.



Por todas estas razones la Iglesia no ha dudado invocarla de la siguiente manera:



“Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, hazme la gracia de hablarle a tu Hijo cosas buenas sobre mí”.





































































8.- MARIA ES CORREDENTORA.



El título de Corredentora que viene aplicándose a María desde antiguo, aparece con más claridad y mayor frecuencia en el Magisterio reciente, desde el Papa Pío IX hasta Juan Pablo II en su Encíclica Redemptoris Mater.



María cooperó a nuestra redención:



1. creyendo en las palabras del ángel Gabriel;

2. consintiendo libremente en el misterio de la Encarnación;

3. aceptando todos los sufrimientos que entrañaban, para su Hijo y para Ella, los dolores de la Cruz;

4. porque inmoló a su Hijo ofreciéndolo voluntariamente por la salvación de los hombres.



De este modo puede afirmarse que Ella verdaderamente ha redimido a todos los hombres y se le puede llamar Corredentora del género humano.



El Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen gentium, en los números 57-58, haciendo un esquema encontramos:



“La unión de la Madre con el Hijo en la obra de salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte. Se señala los siguientes momentos:



1. En la Concepción.

2. En la Visitación.

3. En el Nacimiento, junto a los pastores y los magos.

4. En el Templo, el anciano Simeón y la profetiza Ana.

5. En el Templo cuando es encontrado hablando con los doctores de la Ley.

6. En las bodas de Caná de Galilea.

7. En el discurrir de la predicación de su Hijo.

8. Al pie de la Cruz.

9. Su Asunción a los cielos.”











SENTIDO DE LA CORREDENCIÓN DE MARIA:



1. Santo Tomás:



“Para poder afirmar correctamente la corredención mariana debe entenderse ésta como una función subordinada, especial y extraordinaria de la Virgen en la obra salvadora de su Hijo. Bien entendido esto se puede decir que aún siendo Cristo el único Mediador, no obsta el que haya otros mediadores con mediación secundaria subordinada a la de Cristo (S. Th. III, q.26).



2. Juan Pablo II, en su Encíclica Redemptoris Mater nº 38:



“La Iglesia sabe y enseña con San Pablo que uno solo es nuestro Mediador, Cristo. Ahora bien, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder, mediación de Cristo… El influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres dimana del divino beneplácito y de la superabundancia de la méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta… Por tanto, se trata de una participación de la única fuente que es la mediación de Cristo mismo”.



3. Los teólogos ilustran el misterio de la corredención del siguiente modo:



Si la Virgen María fue pre-destinada por Dios libremente para que constituyera juntamente con su Hijo un solo principio de salvación, de reparación del género humano, entonces, en el momento de la Anunciación, el término inmediato del consentimiento de María no era solamente Cristo en sí mismo, sino Cristo como Redentor y Cabeza del género humano.



Ahora bien, según los designios de Dios, la Redención debía llevarse a cabo mediante la Pasión y Muerte de Cristo en la Cruz; así también, la asociación de María a la obra del Hijo debía completarse mediante su con-pasión en el Calvario. Por tanto, si Cristo reparó al género humano mediante su obra de Redención, también la Virgen María asociada estrechamente, llevó a cabo juntamente con Cristo y son subordinación a Él y con virtud recibida de Él, la obra de la Redención.

MARÍA SUFRIÓ EL DOLOR INTENSAMENTE



María sufrió en la medida de su amor por su Hijo crucificado a causa de los pecados de los hombres; estuvo unida a Él en perfecta conformidad de voluntad por la humildad, pobreza, sufrimientos y lágrimas; sobre todo en el Calvario, en proporción también a la crueldad de los verdugos y a la atrocidad del suplicio infligido a su Hijo.



Por la plenitud de la gracia que poseía, lejos de sustraerse al dolor, aumentó en Ella la capacidad de sufrir por el mayor de los males que es el pecado:



1. Su corazón estaba abrazado por el más alto amor, y así sufrió excepcionalmente los mayores tormentos por el pecado que crucificaba a su Hijo;



2. Sufría por los pecados en la medida de su amor a Dios, a Quien se ofende por el pecado;



3. Sufría en la medida de su amor por nosotros, a quienes el pecado asola y mata, por quienes murió su Hijo.





EL DOLOR DE MARÍA EN LA LITURGIA



El pueblo cristiano siempre ha tenido una gran devoción de los dolores y padecimientos de María; y la Iglesia, en el transcurso del tiempo, ha fomentado y aprobado múltiples formas en las que se manifiesta esta piedad.



En honor a Nuestra Señora de los Dolores hay esparcidas por todo el orbe: iglesias, ermitas, oratorios, cofradías y hermandades, imágenes y oraciones. La Dolorosa es patrona de muchas ciudades y templos.



En el Calendario Romano para la Iglesia universal existe la memoria obligatoria de Nuestra Señora de los Dolores, el 15 de septiembre. En la oración colecta de esta Misa se dice:



“Tú que has querido, Señor, que la Madre de tu Hijo lo acompañara ante el madero de la Cruz, y fuera asociada a su sufrimiento; concede a tu Iglesia participar también en la pasión de Cristo para llegar un día a la gloria de su Resurrección”.

En la Secuencia de esta Misa se recoge el Himno Stabat Mater:



“La Madre Dolorosa esta de pié

llorando junto a la Cruz de la que pendía su Hijo…



Vio a Jesús torturado y flagelado

a causa de los pecados de su pueblo…



Vio a su dulce Hijo muriendo

abandonado de todos

hasta que expiró…



Madre fuente del amor,

haz que arda mi corazón

en el amor de Cristo mi Dios.

























































9.- SANTA MARÍA ES MEDIADORA.



La Virgen María es Mediadora entre Dios y los hombres, en cuanto que Ella presenta a su Hijo los bienes y súplicas de nosotros a Dios y, a la vez, transmite la vida divina que se nos ofrece en Jesucristo.



Sin embargo, hay que saber, que la mediación de Cristo es única en cuanto que es por virtud propia y exclusiva. San Pablo en 1 Tim 2,5 nos dice:



“Porque uno es Dios y uno también el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo”.



Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris Mater en el nº 38 escribe:



“La mediación de María es, por voluntad de Jesús, participada y subordinada a la de Cristo, pero es verdadera mediación: en virtud de su Maternidad divina que establece una especial unión con la Trinidad, y en virtud de su Maternidad espiritual que establece una relación especial con todos los hombres. Así, es Mediadora en cuanto que se encuentra sirviendo de lazo de unión entre dos extremos: Dios y los hombres”.



Dice Santo Tomás que nada impide que existan entre Dios y los hombres, por debajo de Cristo, mediadores secundarios que cooperen con Él de una manera ministerial; es decir, disponiendo a las personas a recibir la influencia del mediador principal o transmitiéndosela, pero siempre en virtud de los méritos de Jesucristo (S, Th., III 26).



En el Antiguo Testamento eran mediadores los profetas y los sacerdotes del orden levítico. En el Nuevo Testamento son mediadores los presbíteros (sacerdotes) como ministros del Mediador supremo, pues en su nombre ofrecen el Sacrificio del Altar (Eucaristía) y administran los Sacramentos. La Iglesia enseña que también María es Mediadora en virtud de su plena asociación a la obra redentora de su Hijo.



También nosotros podemos ser mediadores o intercesores a través de nuestro Bautismo, donde nos incorporamos a Cristo, Sacerdote, Rey y Profeta. San Pedro en su 1ª Carta en 2, 5 nos dice:



“También vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo”.



Y en el versículo 9:



“Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que nos ha llamado de las tinieblas a su admirable luz”.



Los protestantes niegan toda posible mediación, ya sea de María, de los santos, presbíteros o del Pueblo de Dios, basándose en la cita anterior de San Pablo 1 Tim 2,5: “Uno sólo es el mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo”.



Ciertamente, Cristo es el único Mediador entre Dios y los hombres, pero ello no impide que haya otros mediadores secundarios. El Señor quiso asociar estrechamente a su Madre en la tarea de la reparación del género humano. Por eso, María es Corredentora y de ahí también proviene su función de Mediadora.



En el caso de los sacerdotes católicos, éstos ejercen su oficio ministerial, sobre todo, en el Eucaristía y en el sacramento de la Reconciliación, actuando “in Persona Christi” (en la Persona de Cristo); es decir, son “ipse Christus” (el mismo Cristo). Esta semejanza explica o da razón del lugar propio que tienen, como mediadores, entre Dios y los hombres.



El Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen Gentium, nº 66 nos dice:



“Si María tiene la plenitud de la gracia y el mayor grado de gloria, su poder de intercesión es incomparablemente superior a todos los santos. Pero, además, por su función de Corredentora es Mediadora y, por los mismo, su poder de intercesión es omnipotente”.



DE TODAS LAS GRACIAS.



San Pío X en su encíclica “Ed diem illum” (1.904) proclama a María como Mediadora de todas las gracias:



“La Santísima Virgen es Dispensadora universal de todas las gracias, tanto por su divina Maternidad; que las obtiene de su Hijo; como por su Maternidad espiritual: que las distribuye entre sus otros hijos, los hombres. Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre”.



Razones teológicas:



1. Si María por la Encarnación nos ha dado la Fuente de todas las gracias (Cristo), es lógico que también coopere en la distribución de todas ellas.

2. Si María por ser Corredentora es Madre espiritual de todos los hombres, es conveniente que por su intercesión cuide de la vida de todos sus hijos.

3. Si María es Madre de la Iglesia y toda gracia se comunica por la Iglesia, es lógico que toda gracia del cielo pase por sus manos.



Frecuentemente el Magisterio de la Iglesia y la Tradición designan a María con el título de omnipotencia suplicante, porque desde el cielo sigue intercediendo por nosotros, como lo hizo en las Bodas de Caná, y con una intercesión eficaz para obtenernos gracias ante Dios, de manera que nuestra Madre no pide nunca una gracia que no se obtenga. Si éstas, a pesar de su intercesión no se logran, será por las pocas o inadecuadas disposiciones del sujeto humano para quien estaban destinadas.



Su intercesión en la tierra y en el cielo:



a) en la tierra:



• A través de Ella santifica Jesús al Precursor, Juan Bautista.

• Por Ella se confirma la fe de los discípulos en Caná de Galilea.

• Por Ella se confirma la fe de Juan en el Calvario.

• Ella sostiene la fe vacilante de los discípulos hasta Pentecostés.

• A Ella desciende, otra vez, el Espíritu Santo junto con los apóstoles.



b) en el cielo:



Pablo VI en su Exh. Ap. Signun magnum (1976) nos dice:



“La Virgen desde el cielo en su calidad de Madre espiritual de todos los hombres, más que la mejor de las madres, conoce todas las necesidades materiales y espirituales de sus hijos y, en especial, de todo lo que se relaciona con su salvación eterna. Por su inmenso amor ruega por nosotros y, como es todopoderosa ante el corazón de su Hijo por el mutuo amor que les une, nos obtiene todas las gracias que recibimos, todas las gracias que llegan a quienes no quieren obstinarse en el mal”.













































































10.- MARÍA ES REINA.



En el mundo católico se repite con frecuencia y resuena en muchos corazones el rezo de la Salve: Dios te salve Reina y Madre…. Es el reconocimiento y proclamación de su realeza. Verdaderamente María es Reina.



1.- ¿Qué es una reina (rey)?.



El término reina (rey) deriva del verbo latino regere, que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por tanto, el rey (reina) tiene el oficio de regir o gobernar a la sociedad a su cargo para que ésta alcance su fin, con un verdadero primado de poder y excelencia.



El significado de la palabra rey (reina) tiene múltiples acepciones. Por ejemplo:



a) Se puede ser reina de tres formas: la que es reina en sí misma, la que es esposa del rey y la que es madre del rey. En este caso, María es reina por los dos últimos títulos: por su relación con Dios y con Cristo.



b) También cabe considerar el reinado en diversos grados: el Rey Supremo del Universo, el rey que domina sobre otros reyes, y el rey de un determinado reino. En el primer sentido lo es Dios, en el segundo el rey de un reino: Juan Carlos I. María es Reina de reinas.



c) Por último, también puede entenderse el término reina (rey) en sentido metafórico. Así, se da éste título a aquél o aquello que excede de un modo singular a sus semejantes. Por ejemplo: al león se le dice “el rey de los animales”; el rey del deporte del tenis es Nadal, etc. En este sentido María es Reina por su plenitud de gracia y la excelencia de sus virtudes, En las letanías del Rosario la llamamos: Reina de los Santos, de los Ángeles, de los Mártires, de las Vírgenes, de los Confesores……



2.- La realeza de Cristo y de María.



Entre Cristo y María hay un perfecto paralelismo que es la razón fundamental de su realeza. Por este motivo María es Reina: por su íntima relación con la realeza de Cristo, pues Éste lo es por derecho propio y María lo es por razón de cierta analogía.



Cristo es Rey tanto por derecho propio como por derecho de conquista.



Por derecho propio: lo es como hombre y como Dios. Jesucristo en cuanto hombre, por su Unión Hipostática con el Verbo ( el Hijo, Segunda persona de la Santísima Trinidad), recibió del Padre “la potestad, el reino y el honor”. Y en cuanto Verbo de Dios, Hijo, es el Creador y Conservador de todo cuanto existe, por lo que tiene pleno y absoluto poder en toda la creación.



Por derecho de conquista es Rey en virtud de haber rescatado al género humano de la esclavitud en la que se encontraba, al precio de sangre, mediante su Pasión y Muerte en la Cruz.



Pío XII, en encíclica Mystici corporis, en el nº 29 nos dice:



“De la unión con Cristo Rey deriva, en María Reina, tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión nace su poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del Divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre”.



3.- Fundamento teológico de la realeza de la Virgen María.



La razón por la que María es Reina se fundamenta teológicamente en su divina Maternidad y en su función de ser Corredentora del género humano.



a) Por su divina Maternidad: es el fundamento principal, pues la eleva a un alto grado de intimidad con el Padre y la une a su Hijo, que es Rey universal por derecho propio.



De la lectura del Evangelio se dice del Hijo que la Virgen concebirá: “Hijo del Altísimo”. “Y a Él le dará el Señor Dios el trono de David su padre”. “Reinará sobre la casa de Jacob eternamente y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33). Y a María se la llama “Madre del Señor” (Lc 1,43); de donde se deduce fácilmente que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que era Rey y Señor de todas las cosas.









b) Por ser Corredentora del género humano.



María, por voluntad expresa de Dios, tuvo parte en la obra de nuestra Redención. Por ello, puede afirmarse que el género humano sujeto a la muerte por causa de Eva, se salva también por medio de María. En consecuencia, así como Cristo es Rey por título de conquista, al precio de su Sangre, también María es Reina al precio de su Compasión dolorosa junto a la Cruz.



Pío XII nos sigue diciendo:



“La Beatísima María debe ser llamada Reina, no sólo por razón de su Maternidad divina, sino también porque cooperó íntimamente a nuestra salvación. Así como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios sino también nuestro Redentor, con cierta analogía, se puede afirmar que María es Reina, no sólo por ser Madre de Dios sino también, como nueva Eva, porque fue asociada al nuevo Adán”.



4.- Naturaleza del Reino de María.



El reino de María, a semejanza y en coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: “Reino de verdad y de vida, de santidad, de gracia, de amor y de paz” (Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey).



a) Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin (Lc 1,33) y, es universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y a los abismos (Filp 2, 10-11).



b) Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad (Jn 18,37) y para dar la vida sobrenatural a los hombres.



c) Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos (Jn 1, 12-14); y de justicia porque premia las buenas obras de todos (Rom 2, 5-6).



d) Es un reino de amor porque en su caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo (1Cor 13,8).



e) Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios (Is 9,6).



María como Reina y Madre del Rey es coronada en su imágenes (según costumbre de la Iglesia) para simbolizar de este modo el amor y poder que tiene sobre los miembros del Reino de Dios.



El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen gentium, en el nº 59 nos dice:



“La Virgen Inmaculada, asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial fue ensalzada por el Señor como Reina universal, con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte”.



La oración Colecta de la Memoria de Santa María Reina dice:



“Oh Dios, que nos has dado como Madre y como Reina, a la Madre de tu Unigénito; concédenos, por su intercesión, el poder llegar a participar en el Reino celestial de la gloria reservada a tu hijos. P. J. N. S.”




11.- SAN JOSÉ.

(1ª parte)



11.1.- José, Esposo de María.



a) Sagrada Escritura:



Lc, 1,27: “A una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David, y el nombre de la virgen era María”.



Mt 1,16: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo”.



Mt 1,24: “Despertado José del sueño, hizo como el ángel le había mandado y tomó consigo a su mujer”.



b) Tradición:



Los Padres de la Iglesia profundizan en los datos revelados y así, por ejemplo:



San Ireneo:



“Persuadido José y sin duda de ninguna clase, tomó a María por esposa, y en clima de alegría prestó sus servicios en todo lo que quedaba para la educación de Cristo. Y lo tomaba como padre del Niño”.



San Agustín:



“Pues como el suyo era matrimonio y matrimonio virginal, así lo que la Esposa dio a luz virginalmente, ¿por qué no iba a aceptarlo castamente el esposo?. Pues lo mismo que la Esposa lo era en castidad, en castidad era el esposo; y lo mismo que Ella fue casta Madre, él fue casto padre”.



San Bernardo:



“José es el servidor fiel y prudente a quien el Señor constituyó para ser el consuelo de su Madre, el padre nutricio de su carne y el único cooperador fidelísimo sobre la tierra del gran misterio de la Encarnación”.



c) Magisterio de la Iglesia:



Pío IX: Decreto del Patrocino de San José (año 1.870):



“A San José lo hizo Dios Señor y Príncipe de su casa. Ya que tuvo como esposa a la Inmaculada Virgen María, de quien por obra del Espíritu Santo nació Nuestro Señor Jesucristo, quien, entre los hombres, se digno ser tenido como hijo de José, y a él estuvo sometido”.



León XIII: Encíclica Quqmquam pluries (año (1.889):



“José esposa de María y padre, según se creía, de Jesucristo. Si Dios concedió a la Virgen a José como esposo, se lo dio en verdad no ya sólo como compañero de la vida, testigo de la virginidad y defensor del honor, sino como también partícipe de su excelsa dignidad, en virtud de la misma alianza matrimonial”.



Juan XXII (1.962):



“Custodio purísimo de María Santísima y padre putativo del Redentor”.



Juan Pablo II; Exhortación Apostólica Redemptoris custos, nº 23: (1.989):



“Dios, dirigiéndose a San José con las palabras del ángel, se dirige a él al ser el esposo de la Virgen de Nazaret. Lo que se ha cumplido en Ella por obra del Espíritu Santo expresa al mismo tiempo una especial confirmación del vínculo esponsal, existente ya antes entre José y María”.





11.2.- Padre legal y virginal de Jesús.



a) Sagrada Escritura:



Mt 1,16: “Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo”.



Lc, 1,34: <>.



Lc 2, 48.51: “…mira cómo tu padre y yo, te buscábamos angustiadamente…..Y bajó con ellos, y vino a Nazaret, y les estaba sujeto”.



Mt 13,55: “¿No es éste el hijo del carpintero?”.



b) Tradición:



San Bernardo:



“José, a quien Dios, manifestó los secretos y misterios de su sabiduría y le dio el conocimiento de aquel misterio, que ninguno de los príncipes de este mundo conoció; a quien, en fin, se concedió no sólo ver y oír al que muchos reyes y profetas, queriéndolo ver, no lo vieron y queriéndolo oír no lo oyeron, no sólo verlo y oírlo, sino tenerlo en sus brazos, llevarlo de la mano, abrazarlo, besarlo, alimentarlo y aguardarlo”.



San Francisco de Sales:



“Acostumbro decir que, si una paloma llevase en su pico un dátil y lo dejara caer en un jardín, ¿no se diría, acaso, que la palmera que de el provendría pertenece al dueño del jardín?. Pues si esto es así, ¿quién podrá dudar que el Espíritu Santo, habiendo dejado caer este divino dátil, como divina paloma, en el jardín cerrado de la Santísima Virgen, el cual pertenecía a San José, como la mujer esposa pertenece al esposo, quién dudará, digo, que se puede afirmar con toda verdad que esa divina palmera (Jesús) que produce frutos de inmortalidad pertenece por entero a Son José?”.



c) Magisterio de la Iglesia:



Juan Pablo II, Exhortación Apostólica antes citada, nº 7:



El matrimonio con María es el fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección paterna de Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue de esto que la paternidad de José pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la familia”.









Nº 8:



“San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad”.





11.3.- Dignidad de San José.



La dignidad de San José se desprende de su condición de esposo de María y padre virginal y legal de Jesús. De éstas relaciones con Jesús y con María se deduce su relación con la Santísima Trinidad como lo expresa Pío XI (1.935):



“He aquí el misterio, el secreto de la divina Encarnación, de la Redención, que la Santísima Trinidad revela al hombre. Realmente es imposible subir más alto. Estábamos en el orden de la unión personal de Dios con el hombre. Es en este momento cuando Dios nos invita a considerar al humilde y gran santo; es en este momento cuando Dios pronuncia la palabra que explica todas las relaciones existentes entre San José y todos los grandes profetas y los demás grandes santos, aun aquellos que han desempeñado misiones públicas de gran relieve, como los Apóstoles. No hay honor que supere al de haber recibido la revelación de la unión hipostática del Verbo de Dios. El divino Redentor es la fuente de toda gracia; después de Él está María, la dispensadora de los tesoros celestiales. Pero, si alguna cosa hubiese que pudiera despertar en nosotros una confianza todavía mayor, lo sería, en cierta manera, el pensar que José es el único que puede hacerlo todo así con el divino Redentor como con su Madre divina, y eso de tal manera y con tal autoridad que sobrepasa la de un mero administrador o guardián. En consecuencia, nuestra confianza con este Santo (José) debe ser muy grande, puesto que se funda en tan prolongadas, más aún, en tan únicas relaciones con las misma fuentes de la gracia y de la vida, la Santísima Trinidad”.



Como se desprende de este testimonio, San José tiene una dignidad tan alta y es tanta que tiene primacía sobre todo otro santo en virtud de las relaciones que sólo a él correspondió mantener con María y, a través de Ella, con Jesús y la Santísima Trinidad.









(segunda parte)



11.4.- Santidad de San José.



La santidad de San José está muy por encima de los Patriarcas y Profetas del Antiguo Testamento, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes y aun de los mismos Ángeles.



a) Razones teológicas:



1ª.- La razón teológica de la santidad de San José, la establece Santo Tomás de Aquino cuando dice:



“Cuanto alguna cosa recibida se aproxima más a la causa que la ha producido, tanto más participa de la influencia de esa causa” (S. Th. III).



La causa única de donde procede toda santidad es el mismo Dios. Luego cuanto más próxima o cercana a Dios esté una criatura, tanto más participará de su infinita santidad. Nadie como San José (después de Jesús y de María) se ha acercado tanto a Dios, luego hay que concluir que su santidad excede a cualquier criatura humana o angélica.



2ª.- Lo mismo se puede afirmar en virtud de los siguientes principios ciertos en teología:



a) Dios da a cada uno la gracia según aquello para lo que es elegido;



b) una misión divina excepcional requiere una santidad proporcionada.



San José recibió de Dios la gracia necesaria para ser digno esposo de María y digno padre de Jesús. Su misión fue única e irrepetible en la historia de la salvación. A tal gracia y a tal misión correspondió su santidad. La misma Sagrada Escritura lo llama hombre justo, luego debemos concluir que su santidad excede a todos sin excepción alguna.



Mt 1, 19: “Su marido José, que era justo, pero no quería infamarla, resolvió repudiarla en privado”.







b) Las virtudes de San José:



Juan XXIII (1.963):



“San José habla poco pero vive intensamente, no sustrayéndose a ninguna responsabilidad que la voluntad del Señor le impone. Nos ofrece ejemplo atrayente de disponibilidad a las llamadas divinas, de calma ante todos los acontecimientos, de confianza plena, derivada de una vida de fe y amor y del gran medio de la oración”



Pablo VI (1.969):



“El Evangelio llama a San José hombre justo. Una alabanza más rica de virtud y más alta en méritos no podría aplicarse a un hombre. Un hombre que tiene una insondable vida interior, de la cual le llegan órdenes y consuelos singulares, y la lógica y la fuerza, propia de las lamas sencillas y limpias, de las grandes decisiones, como la de poner enseguida, a disposición de los planes divinos, su libertad”.



Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, nº 22:



“Expresión cotidiana de amor en la vida de la Familia de Nazaret es el trabajo. El texto evangélico precisa el tipo de trabajo con el que José trataba de asegurar el mantenimiento de la Familia: el de carpintero. La obediencia de Jesús en la casa de Nazaret, es entendida también como participación en el trabajo de José. El que era llamado el hijo del carpintero había aprendido el trabajo de su padre putativo. El trabajo humano y, en particular el trabajo manual tienen en el Evangelio un significado especial. José acercó el trabajo humano al misterio de la redención”.





11.5.- Maestro de vida interior.



La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Por ello, San José, mejor que ningún otro santo sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús.



Escribe santa Teresa de Jesús, en el Libro de la Vida, capítulo 6, nº 6-8:



“Querría yo persuadir a todos fueren devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios”.

“Quien no hallare maestro que le enseñe a hacer oración, tome este glorioso santo por maestro y no errará el camino”.



El P. Suavé, en unos de sus libros sobre los Evangelios, nos habla así de San José:



“¿Cómo acertar a referir los progresos de su santidad al contacto de Jesús y en la sociedad más íntima con la Madre de Dios?. No eran los sacramentos lo que obraban en él, era el Autor de los sacramentos y de la gracia. Si Jesús les ha comunicado a sus sacramentos tanta gracia para santificar las almas, ¿cómo podían, por ventura, sus caricias, su sonrisa, su contacto, aun cuando de un modo distinto, producir efectos mucho más maravillosos?. ¿Qué era la vida de San José sino una comunión continua con Jesús y con la plenitud de la santidad que habitaba en Él; por los ojos, que con tanta frecuencia descansaban en Jesús; por la boca, cuando San José besaba con tanto amor al divino Niño; por el contacto, cuando Jesús descansaba entre sus brazos; por el pensamiento, que se volvía sin cesar a Jesús y a María; por toda pena, por toda prueba, por toda alegría, por todo trabajo?. Pues nada existía en su vida que, por el sacrificio, la abnegación, el amor, no pusiese en contacto su alma con el alma de Jesús”.





11.6.- Patrono universal de la Iglesia.



En la misión de San José la Iglesia ha visto la razón fundamental para hacerlo su Patrono y Protector universal, y Patrono de todos y cada uno de los fieles.



Sagrada Congregación de Ritos (1.869):



“Por la sublime dignidad que Dios confirió a este siervo fidelísimo, la Iglesia siempre, después de la Virgen Madre de Dios, Esposa suya, honró al bienaventurado José con los mayores honores y alabanzas e imploró su protección en las dificultades”.



Pío IX declaró solemnemente al Patriarca San José Patrono de la Iglesia Católica, poniéndose a sí misma y a todos los fieles bajo el poderosísimo







León XII añadió en su encíclica Quamquam pluries, (1.889):



“San José es, a título propio, patrono de la Iglesia, y ésta, a su vez, muchísimo espera de su defensa y patrocinio. Del mismo modo que María, Madre del Salvador, es Madre universal de todos los cristianos, José mira a toda la multitud de todos los cristianos, multitud que le sigue confiada. Es defensor de la Santa Iglesia, que es verdaderamente la casa del Señor y el reino de Dios en la tierra”.





11.6.- Culto a San José.



a) El papa Sixto IV, en el año 1.467, establece para la diócesis de Roma el 19 de marzo como fiesta de San José, que luego se extendió a la Iglesia universal.



b) Pío IX lo declara Patrono Universal de la Iglesia (8-12-1870).



c) Pío XII establece la celebración de San José Obrero, el 1 de mayo presentándolo como modelo de los trabajadores.



d) Benedicto XV declara a San José como singular protector de los moribundos (25-7-1.920).



e) Juan XXIII lo incluye en la relación de Santos, después de María, en el Canon Romano de la Misa (13-9-1.962).



f) Juan Pablo II en su Exhortación (1.989):



“Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de San José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor (León XII) recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de San José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo milenio cristiano”.



“Para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente”.



En Málaga, 18 de Junio de 2.010.

Solemnidad de los Santos Patronos Ciriaco y Paula.

Este cuaderno recoge las charlas-coloquio que  han sido impartidas por D. Eugenio Gastey Díaz-Ufano, catequista, a los miembros de esta Hermandad en su Formación Cristiana Permanente.