jueves, 4 de abril de 2013

CORO DE LA BASÍLICA DE LA VICTORIA (Málaga)





CORO DE LA BASÍLICA DE LA VICTORIA (Málaga) - Domingo de Resurrección 2013
"SEÑOR, ME CANSA LA VIDA (A.Machado y J.A. García 1935)

 

Publicado el 20/10/2012
Ave Verum (Edward Elgar)

7.- “Y DE NUEVO VENDRÁ CON GLORIA PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS, Y SU REINO NO TENDRÁ FIN”.


7.- “Y DE NUEVO VENDRÁ CON GLORIA PARA JUZGAR A VIVOS Y MUERTOS, Y SU REINO NO TENDRÁ FIN”.

                El verbo “juzgar” nos puede producir escalofríos, pero no hemos de temer, porque aquel que viene como juez es aquel que dijo:

                   “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, con la medida con que midáis se os medirá”.
                                                                                                (Mt 7, 1-2).

                   Como también indica san Pablo:

                   “Ante esto ¿qué diremos?. Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?. El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?. ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?. Dios es quien justifica. ¿Quién condenará?. ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, e intercede por nosotros?.

                   ¿Quién nos separará del amor de Cristo?. ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó.

                   Pues estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro”.
                                                                                           (Rm 8, 31-39).

                   Jesús es la medida con que seremos juzgados. Saulo, el joven Pablo, cuando iba contra los primeros cristianos, se encontró con la presencia de Jesús resucitado, que le dijo:

                   <>.
                                                                                              (Hch 9, 1-6).

                   De la misma manera, en la parábola del juicio final, los colocados a la derecha del Hijo del hombre le preguntarán:

                   <>.
                                                                                          (Mt 25, 37-39).

                   Y la respuesta de Cristo es muy clara:

                   <>.
                                                                                                 (Mt 25,40).

                   La realidad del Hijo de Dios que contemplamos en Cristo que está junto a los marginados y a los que sufren, que acoge a todos, que perdona y ama, que vive para los demás, es la verdadera medida del ser humano.

                   Corresponde a la persona humana sólo aquello que corresponde a Dios. Es cierto que a veces utilizamos el término “humano” para indicar nuestra debilidad, también es cierto que el término “humano” lo utilizamos en otras ocasiones para indicar la bondad, la proximidad, la misericordia.

                   Este es el juicio de vivos y muertos. La medida de Jesús es válida no solo en esta vida, sino que es la verdadera medida en el más allá. Solo en Él se encuentra la verdadera vida, de tal manera que todo aquello que no esté realizado en Jesús, desaparecerá con la muerte. Solo aquello que sigue las huellas del Hijo de Dios, modelo y criterio de toda la humanidad, tendrá consistencia para siempre.

                   Como dice el prefacio de la solemnidad de Cristo Rey:

                   “El reino de la verdad y la vida,
                   el reino de la santidad y la gracia,
                   el reino de la justicia,
                   el amor
                   y la paz”.

                   Este es el reino de Dios. Por eso, solo lo que es expresión de la fe, de la esperanza y del amor permanece para siempre.

                   Si la manifestación de Dios se ha realizado en Jesucristo, en la humildad de la cueva de Belén, en el silencio de Nazaret, en la incomprensión de Cafarnaún, en la oposición de Jerusalén, en el sufrimiento de la Cruz; la manifestación definitiva de Dios, en Jesucristo, se realizará de forma gloriosa. De esta manera podemos decir que Jesucristo ha venido al mundo con su nacimiento, viene continuamente a nosotros en la vivencia de la fe, y vendrá de forma definitiva al final de los tiempos.