jueves, 28 de febrero de 2013

“Y RESUCITÓ AL TERCER DÍA, SEGÚN LAS ESCRITURAS”.


¡Jesucristo Ha resucitado!”.

                   Este es el gran anuncio de nuestra fe y la gran experiencia salvadora. Hasta el punto que Pablo dice:

                   “Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe”.
                                                                                             (1 Cor 15,14)

                   No se trata de una afirmación del pasado, ni de una simple afirmación sabre Jesús después de su muerte.

                   Si Cristo no ha resucitado, entonces toda su predicación y su ejemplo no es sino la palabra y la acción de un gran maestro espiritual, nada más.

                   Si Cristo no ha resucitado, entonces Él no está entre nosotros, acompañándonos, dándonos la fuerza de su Santo Espíritu.

                   Si Cristo no ha resucitado, la muerte continúa siendo la última palabra.

                   Si Cristo no ha resucitado, entonces no somos hijos de Dios, en el sentido fuerte de la palabra. Y, por tanto, tampoco somos plenamente hermanos.

                   Si Cristo no ha resucitado, entonces tampoco, después de la muerte, nosotros participaremos de su resurrección. Y como dice Pablo:

                   “Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos”.
                                                                                          (1 Cor 15, 32b)

                   De la misma manera que para el creyente, la afirmación de la muerte de Jesucristo es inseparable de la confesión de su resurrección, así también la confesión de su resurrección es inseparable de la experiencia de su Santo Espíritu, la experiencia de Cristo resucitado.

                   Por eso el Viernes Santo no hay celebración de la Eucaristía, hasta que no llega la gran celebración de la resurrección de Jesucristo con la celebración de la Vigilia Pascual. Y la celebración de la Pascua se alargará cincuenta días, hasta el domingo de Pentecostés, celebración de la donación del Espíritu Santo sobre todos los discípulos y nacimiento de la Iglesia.

                   La muerte de Jesús es una muerte salvadora, porque va seguida del don de la resurrección. Esto es lo que expresa con un lenguaje muy oriental el Símbolo de los Apóstoles cuando dice:

                   “Descendió a los infiernos”.

                   Aquí la expresión “a los infiernos” está indicando “lo profundo de la tierra”, como símbolo del Sheol o Hades judío, es decir, del reino de la muerte. Jesucristo se sumerge en el reino de la muerte para romper sus cadenas y liberar a la humanidad.

                   Esto es lo que expresan los iconos de la resurrección de Jesús en la iglesias orientales, que presentan a Jesucristo sacando del reino de la muerte a Adán y Eva, es decir, venciendo a la muerte y llamando a la vida eterna a todos.

                   Sí, no tengamos miedo. No estamos yendo detrás de un Jesús crucificado. Él no se ha quedado cogido por las cadenas de la muerte, tal como nos lo dijo. Éste el gran anuncio, la gran experiencia, que nos ha sido transmitida por las primeras comunidades, por los apóstoles.

                   No busquemos una demostración, una prueba palpable. Fijémonos que los Evangelios presentan la experiencia del Resucitado solamente a aquellos que creen. No es que la fe construya la resurrección, sino al revés, la manifestación de la resurrección abre los ojos a la fe:

                   <<Asustadas, inclinaron el rostro a tierra, pero les dejaron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?. No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, pero al tercer día resucitará”. Y ellas recordaron sus palabras>>.
                                                                                                (Lc 24, 5-8)

                   La muestra de la resurrección es la expresión de la fe, la experiencia de la alegría, la experiencia del amor. Los apóstoles decían a Tomás:

                   “Hemos visto al Señor”
                                                                                                 (Jn 20,24a)

                   Este es el gran don de la resurrección. Jesucristo ha muerto en la Cruz y ha resucitado.

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