Si
podemos decir a Dios “Padre nuestro”
es sólo porque Jesús nos lo ha enseñado, es decir, porque nos une a Él en la
oración y nos ha hecho, en Él, hijos de Dios. El cristiano lo es porque contempla
a Dios en Cristo.
Jesús es el Ungido por el
Santo Espíritu de Dios (esto es lo significa “Cristo” en griego), es decir,
aquel que tiene plenamente el Espíritu Santo. Por esto las comunidades
cristianas, desde un principio, han confesado a Jesucristo como Hijo de Dios,
es decir, la manifestación de Dios entre nosotros.
Es cierto que la expresión
“hijo de Dios” se puede utilizar en el sentido de una persona santa, muy
cercana a Dios, única en su relación con Dios. Pero el sentido que le dan los Evangelios,
Pablo y la fe de la Iglesia
es de una forma totalmente nueva. Cuando Pedro dice a Jesús:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
(Mt 16,16)
Jesús le contesta claramente:
“Eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que
está en el cielo”.
(Mt 16,17)
Por esto las autoridades
judías buscaban matarlo, porque:
“Llamaba
a Dios Padre, haciéndose igual a Dios”.
(Jn
5,18)
De esta forma, el apóstol
Tomás, cuando contempla a Jesús resucitado, cae a sus pies y le dice:
“¡Señor mí y Dios mío!”.
(Jn 20,28)
Pablo de Tarso, una vez
convertido, se pondrá a predicar:
“Afirmando
que Jesús es el Hijo de Dios”.
(Hch 9,20)
De tal forma que la comunidad
creyente podrá decir que:
“Hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre”.
(Jn 1,14)
A principios del siglo IV
hubo un predicador muy popular, llamado Arrio, que era presbítero de la Iglesia de Alejandría.
Decía que Jesucristo no es propiamente Dios, sino sólo un hombre muy cercano a
Él. Por esto, la profesión de fe del Concilio de Nicea tuvo que proclamar
solemnemente que, para los cristianos, Jesucristo es el Hijo Unigénito de Dios
en el sentido de:
“Nació del Padre antes de todos los siglos:
Dios
de Dios,
Luz
de Luz,
Dios
verdadero de Dios verdadero,
engendrado,
no creado,
de
la misma naturaleza que el Padre,
por
quien todo fue hecho”.
Se nota en la reiteración de
expresiones el deseo de dejar muy clara la fe que los cristianos hemos recibido
de las primeras comunidades de los apóstoles. No se trata de demostrar a quien
no está convencido, sino de mantener la fidelidad a la fe recibida.
En el corazón de la
catequesis encontramos siempre, esencialmente, una persona, no una simple
doctrina: la persona de Jesús de Nazaret, Hijo único del Padre. En Él somos
conducidos al amor del Padre en el Espíritu Santo, para hacernos participar de
la vida de la Santísima Trinidad.
Este es el sentido que damos
los cristianos a la expresión “el
Señor” cuando confesamos a Jesucristo como el Señor. Si los romanos
llamaban al emperador “Dominus noster,
Señor nuestro”, en el sentido de aquel que está por encima de todos y lo
puede todo, los primeros cristianos proclamarán que el Señor es Jesús y no el
emperador ni el imperio romano. El libro del Apocalipsis, escrito durante la
persecución de Diocleciano, a finales del siglo I, proclama a Jesús:
“Rey de reyes y Señor de señores”.
(Ap 19,16)
Pero la afirmación de fe de
Jesús como Señor va aún más allá. El texto griego del Antiguo Testamento
substituía las cuatro letras (el tetragrama sagrado) del nombre de Dios por la
expresión “Señor”, siguiendo la costumbre de los mismos judíos hebreos. De esta
forma, cuando el Nuevo Testamento confiesa a Jesús como el Señor, le está
reconociendo como Dios verdadero. Este es el reconocimiento de Tomás, como he
dicho antes, cuando adora a Cristo resucitado diciendo:
“¡Señor mío y Dios mío!”.
(Jn 20,28)
Y el discípulo amado (Juan)
cuando exclama:
“¡Es el Señor!”.
(Jn 21,7)
¿Cómo es posible esta
confesión de fe?. Pablo lo afirma muy claramente:
“Nadie puede decir: Jesús es Señor, sino es bajo la influencia del
Espíritu Santo”.
(1 Cor 12,3)
Reconocer a Jesús como Señor
es afirmarlo Dios en medio de nosotros. Sólo el Espíritu Santo puede poner en
nuestros labios y en nuestro corazón esta fe.
ver página: Eugenio Gastey. El Credo es el resumen de nuestra fe
No hay comentarios:
Publicar un comentario